Sentada en la cafetería de siempre, Valeria observaba cómo las gotas de lluvia resbalaban por la ventana. Su mente, sin embargo, estaba en otro lugar, atrapada entre dos sonrisas, dos abrazos, dos miradas que hacían vibrar su corazón.
Sebastián era la calma en medio de la tormenta, el refugio seguro al que siempre podía volver. Su risa suave y su compañía constante eran un ancla en su vida. Pero luego estaba Ignacio, como un rayo de sol después de una noche oscura, intenso, lleno de pasión, que la hacía sentir viva de una forma que jamás había experimentado.
Ambos ocupaban su corazón, pero en formas tan distintas que le resultaba imposible elegir. Y mientras la lluvia seguía cayendo, Valeria entendió algo que había ignorado hasta ahora: amar a dos personas no era lo más difícil, lo complicado era ser honesta consigo misma.
Con una taza de café caliente entre las manos, Valeria sonrió. El amor, como la vida, no era cuestión de elegir entre blanco o negro. A veces, la respuesta no está en quién te hace sentir más, sino en quién te permite ser tú misma. Y en ese instante, se dio cuenta de que su verdadero amor no estaba en Sebastián ni en Ignacio, sino en el espacio que se había permitido para descubrirse a sí misma.
Moraleja: A veces, cuando el corazón está dividido, la verdadera elección no es entre dos personas, sino en reconocer quién te hace ser la mejor versión de ti misma.