Lucía había llevado una vida tranquila en su pequeña ciudad. Trabajaba como diseñadora gráfica, tenía un círculo de amigos íntimos y una familia que la apoyaba. Nunca había experimentado el caos del amor hasta el día en que conoció a Andrés y a Javier. Todo comenzó en un café local, un refugio que solía visitar para escapar de la rutina. Aquella mañana, mientras esperaba su café, una voz cálida la sacó de su ensimismamiento.
—Disculpa, creo que dejaste caer esto —dijo un hombre alto y de cabello castaño, sosteniendo un cuaderno de bocetos.
Lucía levantó la vista y se encontró con los ojos verdes de Andrés. Él sonrió y su mundo, que hasta ese momento había sido tranquilo y predecible, comenzó a cambiar.
—Gracias, es mi cuaderno de trabajo —respondió ella, sintiendo un extraño cosquilleo en el estómago.
A partir de ese día, Andrés comenzó a frecuentar el café al mismo tiempo que Lucía. Poco a poco, las charlas triviales sobre el clima y el trabajo se convirtieron en conversaciones profundas sobre la vida, los sueños y el arte. Lucía se sintió atraída por la forma en que Andrés veía el mundo, por su sensibilidad y su pasión por la música.
Pero entonces apareció Javier.
Javier era todo lo contrario a Andrés. Mientras Andrés era reflexivo y sereno, Javier era una tormenta de energía y entusiasmo. Se conocieron en una exposición de arte, donde Javier la abordó sin reparos, impresionado por su trabajo. Con su sonrisa contagiosa y su seguridad arrolladora, Javier la llevó a recorrer la ciudad, mostrando lugares ocultos que nunca había notado.
Lucía se encontró atrapada en una encrucijada emocional. Andrés la hacía sentir comprendida, como si él fuera la única persona que realmente la veía tal como era. Javier, en cambio, despertaba en ella una pasión que nunca había sentido antes, llenándola de vida y de una emoción casi vertiginosa.
Los días se convirtieron en una confusión de emociones. Lucía pasaba las mañanas con Andrés, conversando sobre libros y música, compartiendo silencios que decían más que cualquier palabra. Pero por las tardes, su tiempo era de Javier, que la llevaba a aventuras inesperadas, haciéndola reír hasta el cansancio.
A veces, se sentía culpable. Sabía que ambos hombres la querían, y en sus propias formas, ella los quería también. ¿Cómo podía ser posible estar enamorada de dos personas a la vez? Andrés le ofrecía la calma que su corazón ansiaba, mientras que Javier era la chispa que encendía su espíritu.
Lucía comenzó a evitar encontrarse con ambos en un mismo día, temiendo que su corazón se rompiera por no saber a quién elegir. Pero la vida tenía sus propios planes.
Una tarde, mientras paseaba con Javier por un parque, lo vio. Andrés estaba sentado en un banco, leyendo, justo en la ruta que ellos caminaban. Lucía se congeló. Su corazón latía con fuerza al darse cuenta de lo que estaba a punto de suceder.
—¿Qué pasa? —preguntó Javier, notando su tensión.
Lucía no supo qué decir. En ese momento, Andrés levantó la vista y la vio. Sus ojos se encontraron, y Lucía supo que no podría seguir evitando lo inevitable.
Esa noche, Lucía no pudo dormir. Las palabras de Andrés resonaban en su mente, junto con la risa de Javier. Cada uno de ellos la llenaba de una manera diferente, y elegir entre ellos parecía una traición a su propio corazón.
Decidió que no podía seguir así. Tenía que ser honesta, no solo con ellos, sino también consigo misma. Lucía los convocó a ambos al café donde todo había comenzado. Llegó temprano, con el corazón en un puño, sabiendo que estaba a punto de enfrentar una de las decisiones más difíciles de su vida.
Andrés llegó primero, saludándola con su cálida sonrisa de siempre. Javier entró poco después, con una energía que iluminó el lugar. Al verlos juntos, Lucía sintió que su corazón se partía en dos.
Tomó aire y, con voz temblorosa, comenzó a hablar.
—Tengo que ser honesta con ambos —dijo, evitando sus miradas—. Me he enamorado de los dos, y no sé cómo elegir.
Hubo un silencio tenso. Andrés fue el primero en hablar.
—Lucía, siempre he creído que el amor es algo que no se puede forzar. Si te sientes dividida, quizás es porque aún no has encontrado lo que realmente buscas.
Javier asintió, sorprendentemente calmado.
—Te quiero, Lucía, pero quiero que seas feliz. Si eso significa que no soy yo, lo aceptaré.
Lucía se sintió abrumada por su comprensión. Pero algo en sus palabras la hizo darse cuenta de lo que realmente necesitaba. Durante tanto tiempo había buscado en Andrés y Javier cualidades que admiraba, pero ninguno de los dos llenaba completamente su corazon
Pasaron días antes de que Lucía volviera a ver a Andrés o Javier. Necesitaba tiempo para procesar sus sentimientos, para entender qué era lo que realmente deseaba. Se refugió en su trabajo, en sus amigos, en la soledad que antes había temido.
Finalmente, comprendió que el amor que buscaba no podía encontrarse solo en otra persona. Tenía que encontrar primero la paz dentro de sí misma antes de poder amar verdaderamente a alguien más. Lucía decidió tomarse un tiempo para sí misma, para descubrir quién era y qué quería, sin la presión de una relación.
Andrés y Javier respetaron su decisión. Ambos se alejaron, dándole el espacio que necesitaba, aunque dejaron claro que siempre estarían allí si los necesitaba. Con el tiempo, Lucía encontró la calma que tanto había anhelado. Su corazón, aunque todavía llevaba una cicatriz, comenzó a latir con un nuevo ritmo, uno que no dependía de nadie más que de ella misma.
Un día, mientras paseaba sola por el mismo parque donde todo se había cruzado, Lucía sintió una paz interior que no había sentido en mucho tiempo. Sabía que su camino hacia el amor verdadero aún no había terminado, pero ahora estaba segura de que, cuando llegara el momento, estaría lista para recibirlo.
Y mientras el sol se ponía, bañando el parque en tonos dorados, Lucía sonrió. Porque, al final, había aprendido que el verdadero amor comienza dentro de uno mismo, y ese era el primer paso hacia el amor que estaba destinada a encontrar.