La historia que contaré a continuación, depende del lector su interpretación, pues a veces las cosas no son como uno se las imagina.
Camill era una chica alegre, le gustaba bailar y cantar, aunque también tenía vocación para otras ramas del arte. Su abuelo paterno era quien la llevaba a todas las presentaciones que la chica tenía, el señor vivía para hacer feliz a su nieta.
Los años iban pasando y Camill ya era una jovencita, había estudiado artes en la universidad, trabajaba en una galería y vivía con su novio en el centro de la ciudad. La chica visitaba seguido a su abuelo, pero últimamente no tenía tanto tiempo y cuando lo iba a ver, estaba por poco rato.
A pesar de que la chica ya no bailaba o cantaba como antes, su abuelo seguía orgulloso de ella, pues había logrado tener un trabajo estable, a Camill le gustaba, a demás de que el piso dónde vivía, lo había comprado ella con su esfuerzo. Todos esos méritos llenaban a su abuelo de satisfacción, sabía que la joven era buena.
Pero como todo en ésta vida, el abuelo de Camill enferma, ya estaba muy mayor, tenía 92 años, y sus órganos habían comenzado a fallar. Ella seguía con su trabajo, y en los días libre corría a ver a su abuelo, pero ya le quedaba poco tiempo y la chica lo sabía.
Un día, ella se encontraba cuidando a su abuelo y trabajaba a la vez en su laptop, a ratos lo chequeaba, le daba de beber y revisaba que estuviera bien y no le faltara nada. Camill se mantenía mirándolo, pero su abuelo, que ya hacía un par de años que había perdido el habla, la llama. Ella se asombra, su abuelo había dicho su nombre, tan claro como el agua, se le acerca y lo observa, pero sin que Camill lo esperara, su abuelo dio el último suspiro mirándola a ella.
La vida de su abuelo se había apagado frente a sus ojos, la chica no se lo creía, no estaba lista para enfrentar el día a día sabiendo que su abuelo ya no estaría. Con las lágrimas en sus ojos, marca el número del doctor de cabecera de la familia, ella quería creer que nada malo había pasado, pero en el fondo lo sentía: ya su abuelo no vivía.
El funeral se llevaba a cabo, toda su familia estaba ahí, reunida, hacían cuentos de él y hasta se reían, pero para Camill estaba siendo muy difícil, pues decir adiós, no quería. Su padre se le acerca, ella estaba afuera de la capilla, le dice que él seguro la estaba mirando desde arriba, y que no se sintiera triste. Camill deja salir varias lágrimas, pero de la nada una brisa le acaricia el rostro y siente como tocan su hombro. Se voltea y se sorprende al ver que no había nadie. De repente su teléfono suena, era su mejor amiga, quería estar ahí con ella, pero no iba a poder llegar, pero le tenía una noticia increíble que sabía que a pesar de las circunstancias la iban a alegrar.
Desde hacía unos meses su amiga le había dicho que su perrita iba a tener cachorros, y Camill había aceptado, pues desde hacía años que quería uno. Eran chihuahuas, pues como ella vivía en un apartamento, quería un animalito pequeño.
Y se preguntarán ¿qué relación tenía con su abuelo eso? Pues, su abuelo quería mucho los perros, y la llamada de su amiga era para confirmar, que en ese trágico día, y a pesar de todo, su cachorrito nacía.
Camill suspira, ya entendía, ese chico pequeño, de cuatro patas, que aún ni abría sus ojos, era como el adiós de la persona
que más quería...