Desde muy chica siempre fui rellenita, se podría decir obesa. Esto causó estragos en mi autoestima y me hizo ser un poco desconfiada de las intenciones amorosas de los hombres hacia mí. No tuve mi primer novio hasta pasado los dieciocho.
Fue en primer año de la universidad. Fui invitada a una fiesta en una fraternidad y bebí en escaso esa noche. Amanecí con un chicle en la cama que al parecer había bebido mucho más que yo. Al despertar y verme desnuda observó cada rincón de mi enorme cuerpo y terminó vomitando allí mismo, antes de salir corriendo del lugar.
Este hecho agudizó aún más mis miedos e inseguridades. Luego descubrí que el no hecho solamente como parte de un reto de verdad o te atreves, que con el alcohol que llevaba en sangre ya me veía hasta hermosa, según sus gustos propios. Así que lo hizo y yo que estaba necesitando atención me dejé llevar también, apoyándome en la valentía que me proporcionaba las copitas de más que había bebido esa noche.
El tiempo pasó terminé la universidad, aunque hacía deportes y dietas me costaba un mundo estar en la línea. La línea para mí era estar lo más delgada posible según lo que mi fisionomía me permitiera, ya que jamás sería una chica delgada como las modelos de pasarela, debido a que mi cuerpo era voluptuoso.
Conocí a mi actual esposo tres años después de graduada. Siempre estuvo al tanto de mis cambios en el peso y sobre mi lucha personal por estar físicamente como deseaba. Lo conocí en mi trabajo, su oficina quedaba justo al lado de la mía y en ocasiones trabajábamos juntos.
Fue amor a primera vista. Claro a mí me costó aceptar que él me deseara, dado mis experiencias anteriores dudaba un poco. Con el tiempo cedí y luego nos casamos. Él a pesar de tener una figura envidiable por lo bien cultivado que se encontraba su cuerpo en el gimnasio, le gustaban las chicas rellenas.
Al ver fotos de sus parejas anteriores pude notar ese patrón, ellas tenían incluso más peso corporal que yo. Él quedó fascinado al ver fotografías mías en las que tenía varios kilos de más, muchos más. Me adoro así, decía que era hermosa. Desde ese día se esforzaba con que comiera, incluso saltara la dieta.
En el fondo yo sabía cuáles eran sus intenciones, entonces me dejé llevar un poco. Sería bueno vivir sin preocupaciones del peso y las comidas. Llegué a pesar el doble de mi peso actual. El parecía muy enamorado, incluso más que el primer día. Tuve problemas renales y de colesterol.
Retomé mi dieta y ejercicios. Comencé a bajar, pero no tanto como esperaba. Mi esposo tuvo que ir a terapia de pareja conmigo cuando vio que poco a poco perdía peso. Él tenía una enfermedad. Padecía anastimafilia que es la excitación sexual causada por el sobrepeso de los demás.
De vez en cuando él sucumbía y me saboteaba las comidas para alterar mi peso. Sabía que tenía un problema, pero si
adelgazaba mucho no sentía el mismo deseo sexual hacia mí. Llegando a un punto en dónde estuviésemos cómodos los dos, que le gustara mi cuerpo y que no estuviese en peligro mi salud.
