Desde pequeña crecí viendo animados o leyendo historias dónde la chica debía ser débil, linda y solo así podía casarse con un hermoso príncipe el cual la hacía vivir para siempre feliz en su castillo. Por eso desde mi adolescencia practique deportes, hacia dietas y me esforzaba por que mi apariencia fuese perfecta.
Yo venía Yun lugar pobre, pero sabía que ese no era el problema para que mi príncipe azul me salvara. Estudié para secretaria ya que debía costear mis gastos hasta que el llegara. Rechazaba a todos los chicos que se declaraban por ser feos y pobres. Bien sabía que para un final feliz debía ser el chico guapo y rico.
Entonces lo conocí en mi trabajo, era mi jefe. Unos años mayor que yo pero no muchos. Muy rico, hijo de personas importantes e influyentes de la ciudad, bello por naturaleza. Entonces supe que mi espera había acabado y comencé a conocerlo. Hasta que nos casamos.
Luego de ser su esposa me llevó a su casa, no era un castillo como en los cuentos, pero no había nada que envidiar. Era una mansión enorme llena de empleados, podía disponer de ellos para lo que deseara. Entonces mi esposo me pidió que dejara el trabajo y me dedicara solo a estar en casa y servirle.
Me pareció bien, en los cuentos las chicas eran caseras. Acepté entusiasmada. Luego vino mi primer hijo, lo amé tanto. Mi cuerpo cambio, ya no era tan bella como antes. Tenía uno kilos de más y otras imperfecciones que no pasaron desapercibidas por mi príncipe azul.
Me pagó una cirugía estética y retomé mi figura, él decía que yo debía estar siempre en forma para no sentir vergüenza de mí. Luego comenzó a llegar cada vez más tarde a casa. Incluso comenzó a dejar de dormir algunas noches. Si reclamaba gritaba y me decía que en lugar de reclamar debía agradecer mi gran vida.
Su personalidad comenzó a cambiar, luego de diez años juntos ya ni caso me hacía. De que me servía estar rodeada de lujos y no tener el amor de mi príncipe. Descubrí que me era infiel, con chicas más jóvenes, sin importarle lo que pensaran de mí, se exhibía con ellas por la ciudad.
Cuando lo encare me golpeó, fue tanto su estrago que tuve que ir al hospital y estar allí una buena temporada. Entonces comprendí que ese no era mi lugar. Luego de darme de alta abandoné la casa y me fui con mi hijo. Tomé algo de dinero y rente una casa, pedí el divorcio y aunque duro fue el trámite lo logré.
Comencé de cero, busqué un trabajo. Estaba sola y triste. Seguí cuidando mi apariencia, pero no por un hombre, sino por mí. Me amé y busqué un nuevo amor. Ya no por los patrones de mi niñez, más bien por como era en realidad la persona, cómo me trataba.
Conocí a otro, también divorciado. Tenía un pequeño negocio y una casa menos lujosa. Nunca deje de trabajar y ser una mantenida. El me trataba con amor, incluso cuando con los años adquirí unas libras de más. Era un amor con mi hijo. Fue así que con la madurez comprendí que lo que vale es lo interno y no el envoltorio. No hay príncipes azules o al menos como yo imaginaba.