Era una noche cálida de verano cuando nos conocimos. Tú, con tus ojos brillantes y tu sonrisa radiante, y yo, con mi corazón lleno de dudas y miedos. Pero en ese momento, todo desapareció. Solo existíamos tú y yo, sumergidos en una noche llena de promesas y sueños.
"¿Qué haces aquí?", me preguntaste, acercándote a mí con una sonrisa.
" Solo disfrutando de la noche", respondí, mirándote a los ojos. "Pero creo que ya encontré lo que estaba buscando".
Tú te reíste y te acercaste más. "¿Y qué es lo que encontraste?", me preguntaste, con tu voz suave y sensual.
"Te encontré a ti", respondí, tomando tu mano. "Y no quiero perderte nunca más".
Pasamos horas hablando, riendo y compartiendo nuestros sueños. Era como si el tiempo se hubiera detenido y solo existiéramos tú y yo.
Pero, como todo en la vida, ese momento pasó. Tú te fuiste, y yo me quedé con el recuerdo de tu sonrisa y el eco de tu voz en mi mente.
"¿Por qué te vas?", te pregunté, desesperado. "¿Por qué me dejas aquí solo?"
"Lo siento", me respondiste, con lágrimas en los ojos. "Pero debo seguir mi camino. Tengo que encontrar mi propio destino".
"¿Y qué hay de mí?", te pregunté, con el corazón roto. "¿No te importo?"
"Claro que sí", me respondiste, acercándote a mí. "Eres el amor de mi vida. Pero debo hacer esto. Por favor, entiéndelo".
Y con eso, te fuiste. Y yo me quedé aquí, recordando esa noche y preguntándome qué hubiera pasado si no te hubieras ido. "Te vas, te vas, y me dejas aquí", cantaba mi corazón.
Pero sabía que, en algún lugar del universo, tú también estabas pensando en mí. Y que, quizás, algún día volveríamos a encontrarnos.
