Quería poner mis límites, eso era un hecho.
Si bien no llevo ni un mes en esta universidad tan prestigiosa cuando ya me andan juntando con el tío popular del insti. Y a veces me pregunto: ¿Por qué alguien como yo tendría la suerte de salir con alguien tan atractivo y encantador como lo era David Jones? Simplemente era un error en la ecuación.
Siempre trato de no llamar la atención, mantener un perfil bajo, ser “invisible”. Pero joder, lo que menos quería ahora era más rumores que tenía un amorío secreto con ese chico —el cual me sentía en una confianza inexplicablemente contagiosa—, así como tampoco deseaba que nuestros queridos y apreciados compañeros de clase (que se note el sarcasmo) nos encerraran en el cuartico del conserje.
Y como dije al principio, quería poner mis límites a estas situaciones, porque confieso que nos ha pasado escenas parecidas con mucha frecuencia, más de la que me gustaría admitir. Aunque las cosas se nos estaban poniendo... ¿Tensas? ¿Incómodas? Ni siquiera yo soy capaz de entenderlo, y eso que se supone que soy la “niña genio”.
—Sabes, no sé si lo has notado, pero... A veces se arman algún tipo de... Tensión rara entre nosotros, quizás sea por eso que andan pensando cosas que no son —lo solté cuando la idea llega a mi conciencia—. Oye, ¿Por qué no hacemos un contrato?
David me miró con la curiosidad que lo caracterizaba siempre, sus ojos celestes traspasan las barreras invisibles de mi cuerpo y esa mirada suya fácilmente puede ser catalogada como un arma de fuego.
—¿Un contrato? ¿No se te ocurrió otra cosa? —sonrió a medio lado, ganándose de nuevo otra de mis sonrisas.
Ah sí, el tío también era majo. Súper majo.
«Esto no es normal, Erika. Esto obviamente NO es normal, ¡Dejá de sonreír como boba!», no le hago caso a mi buena amiga consciencia por el momento.
—Esto es muy diferente a lo que crees —reí casi sin pensar—. Hagamos una especie de acuerdo entre tú y yo, y para asegurarnos de que no cambiaremos nuestros testimonios más adelante... —saqué mi teléfono y comencé a grabar la conversación—. Voy a grabar todo lo que se diga de ahora en adelante. ¿Qué tal te suena eso?
Lo piensa un momento y luego me contesta confianzudo: —Me parece bien. Pero, si ese es el caso, ¿Qué ganaría yo con eso?
—Mmm, no sé, podrás tener a la chica que quieres sin tener que estar relacionado conmigo de alguna forma. ¿Qué dices?
—Tal vez lo acepte, tal vez no, depende de lo que me tengas preparado —las miradas de los dos chocan entre sí, aunque estoy segura de que soy la única a la que se le olvidó cómo respirar de repente.
—Entonces... Primero que nada, sugiero que evitemos crear tensiones físicas y extrañas entre los dos.
—Suena bien, pero también... No haremos nada que ponga incómodo al otro, ya sea física o verbalmente.
—No haremos nada que el otro no quiera o desee hacer. Ni tampoco hacerlo si está ebrio.
—Esa es buena. No pensaremos indebidamente del otro ni nos dejaremos llevar por nuestros impulsos.
—Nada de coquetear, besar, o tocar al otro de la cintura hacia abajo.
—Y los más importante... —se acerca más a mí, con ese brillo en su mirar y su respiración uniéndose a la mía, dejándome arrinconada a la pared—. No vamos a enamorarnos del otro, ni mucho menos nada que ponga en riesgo una futura amistad.
—Y este acuerdo tiene que durar desde hoy hasta el día de mañana y los años por venir —murmuré casi sin encontrar mi propia voz.
—Es un trato, Erika Morgan —buscó mi mano y la estrechó con firmeza, cerrando nuestro contrato.
—Es un trato, David Jones.
Aunque no lo supiera, la incertidumbre de mi interior se ha despejado a gran velocidad; y a juzgar por lo que veo, la sensación es mutua. Con un gran afán lo atrapé en mis brazos, enterrando mi rostro entre su bien formado pecho. Absolutamente todos sus sentidos se descolocaron por mi acción desprevenida, lo sé porque puedo sentir cada músculo de su cuerpo tensarse y por un nanosegundo dudé en dejarlo paralizado, pero con rapidez se recompuso de su pequeño trance. Sentía algo de timidez, eso no era capaz de negarlo; y aún así él tuvo el atrevimiento de corresponder, pasando sus grandes brazos por mi espalda hasta rodearme por completo mientras que una calidez extraña se cultivó en mi pecho.
«No... Esto no puede ser... ¡Me niego a sentirlo!», me regaño a mí misma para mis adentros, despejando cualquier hipótesis incorrecta.
—Gracias por comprender —dije contra su cuerpo, su aliento contra mi piel envía escalofríos por todo mi sistema nervioso.
—No hay de que.
Pensamos que nuestro acuerdo duraría por mucho tiempo...
«Y en el fondo hubiera deseado que fuera así»
Continuará.
