En las estrechas calles de Seúl, bajo las luces neón que parpadeaban, Jisoo observaba a Minho desde la ventana de su pequeño café. Cada día, él llegaba puntual a las ocho, siempre con la misma sonrisa que hacía que su corazón latiera con fuerza.
Minho era un pintor, un soñador. Sus pinturas animaban el café, pero sus ojos nunca se posaban en Jisoo de la misma manera en que ella lo miraba a él. Jisoo, con sus modestas flores en el cabello y su delantal gastado, pasaba desapercibida en el ajetreo diario.
Una tarde, mientras la lluvia golpeaba con suavidad los ventanales, Jisoo reunió el valor para hablarle. Con una taza de café en la mano, se acercó a su mesa y le dijo: "Minho, tus pinturas son hermosas, pero nunca has pintado una de amor". Minho la miró, sorprendido, y respondió con una sonrisa triste: "Pinto lo que veo, y hasta ahora, no he encontrado el amor".
Jisoo se dio cuenta entonces de que su amor por Minho no sería correspondido. Aceptó su destino con una tristeza silenciosa y siguió sirviendo café, mientras él continuaba pintando sus sueños en un lienzo vacío, sin notar el amor que siempre había estado tan cerca.