En un día soleado de primavera, me encontré paseando por el parque. El cielo estaba despejado y el aire tenía esa frescura característica de los días perfectos. Mientras caminaba, noté a lo lejos a un chico alto y delgado, con el cabello lacio que brillaba bajo la luz del sol. Vestía de manera formal, con una camisa blanca impecable y unos pantalones de vestir que resaltaban su figura esbelta.
Nos cruzamos cerca de la fuente central de la universidad. Yo estaba absorto en mis pensamientos, pero él se detuvo y me sonrió. Esa sonrisa tenía algo especial, algo que me hizo detenerme también, parecía un sueño.
"Hola," dijo, su voz era cálida y amable. "Soy Alejandro. ¿Te gustaría sentarte un momento?"
Acepté su invitación, y juntos nos sentamos en un banco cercano. Hablamos por horas, como si nos conociéramos desde siempre. Su manera de expresarse, su atención a cada palabra que yo decía, y su risa genuina me hicieron sentir una conexión instantánea.
Los días se convirtieron en semanas, y Alejandro y yo nos veíamos cada vez más seguido después de cada clase. Él siempre tenía un detalle para sorprenderme: una rosa, una nota con un poema, o simplemente su tiempo y su compañía. Nuestra relación se fortalecía con cada momento compartido.
Un día, después de unos meses, Alejandro me llevó a una cena especial. Me recogió de casa, como siempre, luciendo impecable en su atuendo formal. Pero esta vez, había algo diferente en su mirada, una determinación que no había visto antes.
Al llegar al restaurante, un lugar acogedor con luces tenues y música suave, me tomó de la mano y me dijo: "Hay algo importante que quiero pedirte."
Después de la cena, me llevó a pasear por un jardín cercano, bajo la luz de la luna. Se detuvo frente a una fuente iluminada y, con voz firme pero tierna, me dijo: "He hablado con tus padres, les pedí oficialmente ser tu novio. Quiero cuidarte, estar a tu lado y hacerte feliz todos los días."
Mis ojos se llenaron de lágrimas de alegría. No solo porque me lo pedía de una manera tan especial, sino porque también había respetado a mi familia y había hecho las cosas correctamente. Sentí un calor en el pecho, una mezcla de felicidad y amor.
Desde entonces, Alejandro ha estado a mi lado en cada momento importante. Siempre atento, siempre cuidándome, asegurándose de que nunca me falte nada. En los días difíciles, me ofrece su hombro para llorar y sus palabras de aliento para seguir adelante. En los días felices, su risa se mezcla con la mía, haciendo que cada instante sea inolvidable.
Con el tiempo, nuestra relación solo ha crecido, cimentada en el respeto, el amor y el cuidado mutuo. Alejandro no solo es mi novio, es mi mejor amigo, mi confidente y mi protector. Y cada vez recuerdo aquel día soleado en la universidad con tanta nostalgia cuando lo miro a los ojos...