–Abuela, prefiero más el invierno que la primavera– dijo una niña asomando su rostro sin expresión alguna por el gran ventanal.
–Lo sé mi pequeña princesa, tu corazón y el invierno son iguales albergan una frialdad que no puede ser calentada.
–Abuela– volvió a hablar la niña sin despegar la vista del paisaje.
–¿Mnn?–
–¿Que estación te gusta más?–
Su abuela dió una pequeña sonrisa antes de contestar –Me gusta el otoño mi princesa porque las hojas secas que caen de los árboles se asemejan a este viejo cuerpo que envejece cada vez más– con sus flacos y pálidos brazos abraso a su nieta.
–Sabes ¿dónde están mis padres?– la niña no correspondió el abrazo simplemente se quedó mirando un punto fijo de la habitación.
–Estan aquí– la abuela se separó de la menor y en ves de dirigir su dedo índice a la región donde se encontraba su corazón señaló su estómago.
–Estabas tan ambrienta que los deboraste
La niña miró sus manos ensangrentadas e intento limpiarlas en su vestido blanco dejando sus huellas en el algodón –Acaso ¿tú no huiras de mi?– la pequeña mira fijamente a su familiar
–Sabes lo que más amo de ti mi pequeña criatura tus oscuros ojos que no expresan nada, eres mi mas grande creación jamás te dejaría sola.
–Entonces... me dejaras comerte también
La abuela solo sonrió y abrió sus brazos como quien anda en busca de un abrazo –Adelante mi pequeña–
La niña no espero ni siquiera considero los alaridos de dolor de su abuela ni siquiera la piel desgarrada que danzaba entre sus dientes
Y lo último que escucho aquella anciana proveniente de su nieta fueron unas palabras –Sabes abuelita eres demasiado cálida