Me sentía desolado. La única persona que me había entendido y había hecho realidad cada una de mis fantasías me había abandonado... Exploté en ira y fui a la habitación.
Nunca me atrevería a hacer daño. Jamás me perdonaría quitarle la vida, él era un ser perfecto, lo amaba tanto que lo dejé ir. Cuando lo vi a él, dormido, desmayado o... quizás muerto, me quité el cinturón de la cintura y le golpeé el abdomen.
Para mi sorpresa, se retorcía de dolor en la cama, parecía que cada roce con las sábanas le causaba sufrimiento, su cuerpo estaba lleno de hematomas y heridas. Me subí encima de él y coloqué el cinturón alrededor de su cuello, casi estrangulándolo.
No tenía fuerzas para gritar, parecía un juguete en mis manos. Abrió la boca por la falta de aire y aproveché para introducir mi pene. Continué tirando del cinturón en su cuello, dejando una marca muy marcada.
Murió asfixiado al final, no le permití respirar en ningún momento, ya que cuando no tenía mi pene en su boca, el cinturón apretaba su garganta con fuerza.
Ese día seguí penetrándolo después de muerto. Le mutilé las manos y los pies y traté su trasero como si fuera una prostituta, ya que no respondía ni intentaba escapar inútilmente. Por un momento, por una décima de segundo, fue como estar con mi amante... pero él ya se había ido y nunca regresaría.
Me mudé de casa unos días después, y en los siguientes meses perdí el control, cometiendo actos de violencia, tortura y asesinato contra cualquier persona que se cruzara en mi camino.
Un día, mientras estaba en busca de una nueva víctima, recibí la noticia de que mi madre había fallecido, dejando a mi hermano solo. Debido a su delicadeza, no podía valerse por sí mismo. Mi padre se negó a hacerse cargo de él, por lo que la responsabilidad recayó en mí.
Decidí regresar al lugar donde cometí mi primer homicidio. Cada rincón de ese hogar me evocaba recuerdos vagos pero estremecedores, como si hubiera ocurrido el día anterior. Aquella primera vez fue una de las mejores.
Mi hermano era de complexión delicada, con una piel blanca, ojos grandes y grisáceos, y un cabello casi blanco muy liso que se movía elegantemente mientras caminaba. Su melena era un poco larga y le quedaba muy bien. Tenía labios delgados, rosados y brillantes, que no llegaban a ser feos en absoluto.
Habíamos estado separados durante años y él no me reconocía en absoluto. Cuando mi madre se lo llevó siendo apenas un bebé, siendo él doce años más joven que yo, era imposible que se acordara siquiera de mí.
Comencé a enseñarle porque no le gustaba la escuela. Siempre fui una persona inteligente y disfrutaba enseñarle. Sus ojos se iluminaban al aprender algo nuevo. Al parecer, mi madre no lo llevaba a la escuela como a los demás debido a sus problemas de salud y su complexión débil.
Ella había dejado un seguro de vida con el que nos manteníamos, sin embargo, de vez en cuando salía a hacer algunos trabajos en la ciudad. Cuando regresaba a casa, mi hermano menor me aguardaba en la entrada, donde siempre solía estar un par de sillas, lo cual resultaba entrañable.
Desde su llegada a mi vida, mis hábitos de salir por las noches a cometer actos violentos habían disminuido considerablemente, ya que él no aprobaba esa conducta y de alguna manera me recordaba a mi ex pareja.
Transcurrieron seis meses desde la llegada de mi hermano menor, Liam, y su presencia está adquiriendo una importancia mayor de la que imaginaba. Comencé a fantasear con él, aunque en mi conciencia sabía que no era ético, no podía evitarlo. Sentía un deseo hacia mi hermano menor.
Por la tarde, al regresar de la ciudad, me encontré con Liam sentado en una de las sillas. Llevaba puesta una camisa larga sin mangas y unos pantalones cortos que dejaban entrever sus muslos no tan delgados. Su cabello se movía al viento y sus labios rosados me sonrieron. En ese instante, comprendí que no podía contenerme más, mis deseos siempre habían sido más poderosos que mi propia voluntad.
Liam me abrazó colgándose de mi cuello en cuanto me acerqué a los escalones de la entrada, susurrándome con esa voz dulce y angelical.
—Bienvenido a casa, hermano. Te extrañé.
Sentir su respiración en mi oído me excitó. Pasé mis manos por su espalda y las posé sobre su delgada cintura. Aspiré su aroma y mi cuerpo reaccionó aún más a ese olor.
—Liam, ¿me amas?
Me atreví a preguntarle, tras un breve silencio, él me miró a los ojos y dijo—: Te amo, hermano.
Sonreí, aunque en mi interior era consciente de que se refería a su hermano mayor, yo lo amaba de una manera diferente, de una forma mucho más profunda y especial.
—Pero no de la misma manera que yo te amo.
Me alejé de él y lo miré confundido. Mi hermanito era tan encantador, tan delicado, tan irresistible que me dieron ganas de quitarle la camisa y tenerlo para mí en ese instante.
—Dime cómo me amas y te amaré de igual modo.
Sus palabras fueron contundentes─. Te amo tanto que deseo besarte, acariciarte y hacer que pronuncies mi nombre una y otra vez entre gemidos.
Por un breve instante, su rostro reflejó una mueca de contrariedad. En esos ojos grisáceos, que se habían ensanchado aún más de lo habitual, pude percibir la confusión. Era evidente que sus sentimientos hacia mí no eran los mismos. Por ello, decidí dar la vuelta e irme. Sin embargo, fui detenido por su voz.
—Hermano, te amaré tanto como tú me amas, pero... —me volví y lo vi llorando en silencio— no me abandones, quédate a mi lado para siempre y no busques a nadie más. No necesitarás salir por las noches si me tienes a mí, tu hermano menor que te ama con la misma intensidad con la que tú lo haces.
─Oh, mi pequeño ─le dije mientras caminaba hacia él quedando cara a cara. Mis manos agarraron sus mejillas y limpiaron sus lágrimas. Liam estaba tan necesitado de amor, algo que nunca recibió de mi madre, y yo estaba allí para darle todo ese amor─ este hermano tuyo que te ama nunca te abandonará como lo hicieron madre y padre.
─Júralo ─le sonreí mientras besaba su frente con cariño y respondí.
—Te lo juró.
Liam me dedicó una sonrisa y me abrazó por el cuello. El amor fraternal entre nosotros era suficiente para encontrar la felicidad. Nos separamos un momento y me atreví a besar sus labios, introduciendo mi lengua en su boca.
Fue su primer beso, sus labios inexpertos y sus intentos por seguir mi ritmo así lo demostraban. Lo llevé cargado con sus piernas enroscadas en mi cintura, sin dejar de besarnos entramos a la casa.
Lo llevaré a la habitación y lo desvestí por completo. Su cuerpo era perfecto como lo había imaginado tantas veces, sus mejillas estaban sonrojadas y sus piernas cerradas por la vergüenza.
—No te avergüences, esto es normal hermano —le dije mientras le abría las piernas.
Empecé a morder delicadamente sus muslos, provocando gemidos de dolor en él. Sin embargo, al lamer las heridas que mis dientes dejaban, esos gemidos se transformaron en gemidos de placer. Hundir mis dientes en su suave piel virgen era una sensación sin igual. Finalmente había encontrado al chico perfecto, aquél que había estado buscando durante tanto tiempo.
Los suaves gemidos de mi hermanito eran una delicia de pasión. Recorrí con mis labios cada parte de su cuerpecito pequeño y delicado, dejando mis marcas grabadas en él.
Él no mostraba preocupación por su brutalidad, ni por la forma en que su cuchillo cortaba su piel; sus gemidos indicaban que disfrutaba tanto como yo. Su trasero era perfecta para mí.
Lo embestía con tanta fuerza que lo hacía sangrar, su voz llena de deseo pedía por más─ hermano, más por favor─ esas palabras lograban enloquecerme por completo.
Tener relaciones sexuales con mi hermano menor era algo celestial, si es que tal cosa existe. Él levantaba su trasero con gracia mientras yo lo azotaba con un látigo; la manera en que arqueaba su espalda y gemía era exquisita. Nos amábamos mutuamente, él era todo lo que deseaba. Había sido el chico que había estado buscando durante años, era perfecto para mí. Nunca se resistía a lo que yo le pedía hacer con su cuerpo; no discutíamos, quizás por la conexión especial que teníamos como hermanos o por el amor que nos profesábamos.
─Creo que la sociedad no hubiera comprendido nuestra relación, es difícil para los demás entender el amor que compartimos. Por desgracia, tuve que tomar la decisión de eliminar a mi padre y su familia, ya que no aceptaban nuestro amor. Lamentablemente, ese terrible error acabó con nuestro futuro juntos.
El juez y los presentes mostraban asombro en sus rostros. Miré a mi alrededor y al final, las lágrimas inundaron mis mejillas... pensaba en mi hermano pequeño y en qué le sucedería, me dolía en el alma. Él era mi hermano, mi amante y mi chico perfecto, lo era todo para mí y yo era todo para él.
Entre la multitud, vi a un individuo con capucha que se levantó y captó la atención de todos—. Te amo hermano, jamás dejaré de amarte —se escuchó decir mientras se quitaba la gorra.
—Te amo más, mi querido hermano menor, eres consciente de lo que debes hacer.
Él asintió y se inclinó por un instante. Al levantarse, sostenía en su mano un arma de reducido tamaño, lo que provocó el pánico entre los presentes. Acto seguido, se acercó velozmente, haciendo caso omiso de las amenazas de los policías que lo tenían en la mira.
A pesar de estar esposado, logré liberarme del agarre de los oficiales que me llevaban. Nos encontramos y nos besamos, él correspondió el gesto. No había una nueva oportunidad para mí. Aquel mismo día sería condenado a muerte, era una despedida para los dos.
Sus labios eran suaves y cálidos, tan embriagadores como la primera vez que los probé. Nos separamos en un segundo, ignorando las amenazas de los oficiales, y sonreímos.
—Te prometo amarte en esta vida y en la siguiente, si es que existe.
Con una expresión llena de amor, levanté su mano y la dirigí hacia su cabeza, emitiendo en un susurro audible sus últimas palabras: 'te amo, hermano'. El sonido de la bala dejó atónitos a más de uno.
Me arrodillé junto a su cuerpo y acaricié su mejilla, depositando un beso en su frente a pesar de las voces que me instaban a alejarme. Tomando el arma de su mano, le di un último beso de despedida.
—Te amo también, mi querido hermano —susurré antes de disparar la última bala en mi cabeza. Fue mi final.