Nos conocimos en la preparatoria, en esas largas y tediosas clases de catecismo que parecían durar una eternidad. No fue amistad a primera vista, pero poco a poco, compartiendo risas y secretos entre libros y sermones, nos volvimos inseparables. Su nombre era Ángel, y aunque muchos decían que éramos novios, él era mi amigo, mi confidente, mi hermano podría decirse.
Ángel tenía una habilidad única para levantarme el ánimo. Cuando la vida se volvía complicada y los días oscuros, él aparecía con su sonrisa contagiosa y un chiste listo para hacerme reír. No importaba cuán triste estuviera, siempre sabía qué decir o hacer para arrancarme una sonrisa.
Recuerdo una vez, después de una terrible pelea, cuando sentía que el mundo se derrumbaba. Ángel llegó con su inagotable energía positiva. Y en un minuto de estar triste pasamos riendo hasta llorar, y por un momento, todos mis problemas parecieron desaparecer.
—¿Sabes? — no necesitas a nadie que no te valore. Eres increíble tal y como eres.
Sus palabras siempre tenían un poder especial. Era como si supiera exactamente lo que necesitaba escuchar en cada momento. En los días más difíciles, él era mi refugio, mi roca.
Las opiniones de Ángel también eran una guía constante en mi vida. Desde elegir qué universidad aplicar hasta decidir si debía cortarme el cabello, siempre tenía un consejo sensato y honesto. Aunque a veces bromeábamos sobre su sabiduría, en el fondo, sabía que sus palabras venían de un lugar de profundo cariño y preocupación.
Los rumores de que éramos novios nunca cesaron. Las risas y las miradas cómplices que compartíamos alimentaban las especulaciones de nuestros compañeros. Pero nosotros siempre nos reíamos de eso.
—Deberíamos cobrarles por los chismes que inventan sobre nosotros —decíamos entre risas.
A veces me preguntaba si alguien entendería nuestra amistad, esa conexión tan pura y genuina que compartíamos. Éramos más que amigos, pero no en el sentido romántico que todos pensaban. Éramos dos personas que se habían encontrado en el momento perfecto, dos corazones que se apoyaban mutuamente en los altibajos de la vida.
Al terminar la preparatoria, nuestros caminos tomaron direcciones distintas. Sin embargo, la distancia no afectó nuestra amistad. Seguíamos hablando horas por teléfono, compartiendo nuestras victorias y nuestras penas, como si aún estuviéramos en aquellas clases interminables de catecismo.Como cuándo dijo que había cumplído algo de su lista de deseos o cuando ocupó una foto mia para su cuenta de poemas y la acompañó con unas palabras bonitas.
Ángel era, y siempre será, mi mejor amigo. La persona que estuvo a mi lado en los momentos más oscuros y que celebró conmigo en los momentos más brillantes. Aquél que con su sola presencia podía transformar mi tristeza en alegría, y cuya amistad valía más que cualquier rumor o malentendido.
En cada etapa de mi vida, llevo conmigo las lecciones, las risas y los abrazos que compartimos. Porque aunque el mundo cambiara, y las circunstancias variaran, sabía que siempre tendría en Ángel a mi compañero de vida, mi incondicional, mi mejor amigo.