Cada noche, Ana encendía una vela y escribía una carta a Marcos, aunque sabía que él nunca las leería. Guardaba cada carta en una caja de madera, cerrándola con cuidado, como si así pudiera contener su dolor. Una noche, decidió enviar una última carta. Al día siguiente, al abrir la caja, encontró todas sus cartas de vuelta, con una nota: "Dirección desconocida". Con un suspiro, entendió que él nunca volvería, y la llama de la vela se extinguió, llevándose sus últimas esperanzas.