La campana sonó, era hora de volver a clases. Miguel me dio un toque en mi frente despertándome.
—Te quedaste dormido en mis piernas —dijo el.
—Si me rascas la cabeza me quedo dormido donde sea —le respondí —. ¿Te toca partido ahora no?
—Contra los de décimo. Tengo que ir rápido —dijo levantándose para darme un abrazo y salir.
De la nada, deslicé mi dedo en el cintillo de su sudadera, deteniendo su partida, pero dejando ver el color de sus boxers en el camino, y un poco más.
—¿Qué haces?— me preguntó nervioso.
El se devolvió y mis dedos lograron tocar la piel suave de sus caderas.
—N-no te vayas aún— dije temblando. Lentamente retire mi dedo, haciendo que el elástico del boxer sonara al golpear su figura.
—¿Hasta donde viste?—preguntó.
Giré mi cabeza sonrojado.
—Lo siento. Solo quería que te quedarás un rato más...
El avanzó hacia mi haciéndome retroceder hasta un pupitre, hasta quedar frente a frente, naris con naris. Pude sentir su respiración agitada. Luego sentí como su mano se deslizó por mi camisa y llegó al botón de mi pantalón, para luego desabotonarlo lentamente y así ver el color de mis interiores.
—Ahora estamos a mano —me dijo sonriendo.
Asentí y tragué el nudo en mi garganta. El se marchó del salon corriendo y yo tome el aliento que me faltaba. Siempre ha existido esa tensión entre los dos... Odio que siempre termine así.