La luna se encuentra reflejada en el lago, ella está a mi lado. “Hija, ya es momento de dejarme ir ¿no crees?” Una sonrisa se refleja en su dulce rostro mientras siento como mi corazón se oprime, llenándome de melancolía.
Llevaba tres meses yendo al mismo lago por miedo a perderla entre mis recuerda, no quería olvidarla tan fácil. No pude evitar culparme a mí misma por su muerte y ahora sentía que era imposible dejarla ir.
“Pedime cualquier cosa, hasta mi vida, pero por favor, no me hagas olvidarte”. Le supliqué entre lágrimas mientras me aferraba a su cuerpo, la mirada de mi madre estaba en el lago, observando el reflejo de la luna y yo aún no quería abrir los ojos.
Abrir los ojos significaba dejar de sentir su calidez, su amor. Ella era lo único que tenía y me había sido arrebatado ¿Ahora como podía continuar con mi vida? ¿Por qué no puedo aferrarme un momento más a su recuerdo?
“Mi ángel, siempre estaré en ti, tienes una parte de mí”. Acariciaba mi cabello mientras yo cerraba mis ojos con más fuerza, recordando el dulce olor a rosas qué poseía mi madre.
Siempre olía a flores porque pasaba el día en el jardín, ahora su jardín estaba descuidado... Se sentiría triste si lo viera, por eso no le diría nada y lo mantendría en secreto.
Mi madre se levantó, dejándome de lado, por más que me aferrara a su cuerpo no me dejó, empezó a caminar en el lago. Hundiéndose.
“No puedo dejar que te hundas conmigo, por favor no me sigas”. Abrí los ojos, ella estaba ahí sonriendome mientras yo caminaba hacia a ella, al ver sus ojos no pude evitar llorar aún más. Estaba llorando, mi madre nunca había llorado en frente de mí, ni cuando ni padre nos abandonó.
No pude hacer nada, solo me quedé ahí parada como una cobarde y la vi irse, no podía dejar de gritar su nombre hasta que mi vista se nubló y sentí mi garganta arder; me había desmayado.