A las 8:00 de la noche marcaba el reloj, las noticias en la televisión habían terminado y comenzaba la novela. Cuando llegaba ese momento, sabía que era la hora de dormir. Mi madre se quedaba arreglando los quehaceres del hogar mientras veía la novela, mientras yo me iba a dormir con mi abuela.
Sobre un mueble de madera descansaba una vieja radio gastada por el tiempo. Mi abuela la encendía antes de dormir, para descansar con música. Sintonizaba la 81.9 FM y la música comenzaba a salir de sus bocinas.
Yo no sabía cómo usarla y cuando lo intentaba, salía un ruido espantoso de sus bocinas. Molesto, muchas veces le pegué pensando que por los años ya no servía, hasta que mi abuela me detenía y me decía que lo viejo, viejo está y con un golpe nada se solucionará. Pues la radio era como la vida misma, buscamos frecuencia toda la vida. A veces, una interferencia molesta puede ser que no perdamos de vista la misma, pero siempre es bueno seguir buscando hasta encontrar la estación perfecta que suene como la música del corazón. Y que a golpes no se repara lo dañado, más bien, lo termina dañando más.
Siempre con esto en mente, me acostaba de nuevo, escuchando las músicas viejas que salían de la radio, esperando que al día siguiente continuara encendida para levantarme con los cuentos de "Pancho Madrigal". Y si ya no estaba encendida, no es que estuviera mal, solo necesitaba nuevas baterías la radio de mi abuela.