Ayúdame, mujer, ellos vienen, esos hombres encima de esos caballos, escucho sus cadenas rechinar a mis espaldas. ¡Ayúdame, mujer! —Gritaba desesperación al ingresar por el camino rocoso que llevaba a mi casa.
Corrí lo más que pude, me encontré con un señor con pantalón negro, camisa blanca y un pañuelo rojo alrededor del cuello, mientras chapodaba el monte alto. ¡Ayúdeme, señor! ¡Me vienen siguiendo! —Grité desesperado. Me volteó a ver y su machete me lo tiró entre los pies, casi cortándomelos. Si no pego el brinco, podía haberme dejado mocho.
No perdí el tiempo y seguí corriendo, escuchando las cadenas de los caballos más fuertes. Me encontré una chavala en el camino, llena de sangre, le supliqué ayuda. Esta me miró a los ojos con odio y me puso sus manos sobre mi cuello intentando asfixiarme. Le quité sus manos y la aventé a un lado, y seguí corriendo.
Me encontré un sacerdote, ¡Mi salvación! —Pensé, pues un padre está para ayudar y el padresito no iba a dejar que me agarraran. ¡Ayúdeme, padre! —Le grité mientras lo tomaba de sus vestiduras. Metió su mano en su túnica y sacó un cuchillo, lo lanzó queriéndome cortar las manos. Rápidamente me aparté y continué corriendo.
Me encontré una mujer de vestido rojo, muy guapa y sensual, daban ganas de comérsela. —¡Mamasita, ayúdame! —Le dije. Me aventó tan fuerte que me hizo caer de espaldas, se sentó en mi entrepierna y me besó, recorrí toda mi mano por su cuerpo excitado, olvidando por completo que me estaban siguiendo. Se comenzó a bajar el cierre del vestido, y cuando se lo bajó toqué sus pechos y los puse contra mis labios, recorrí mi lengua entre ellos y cuando alcé la mirada, aquella mujer tenía un cuchillo en sus manos listo para enterrármelo en la cabeza, la aventé lejos de mí y seguí corriendo recordando que me seguían.
Un perro se cruzó en mi, me ladró desesperado y con ojos de rabia, le quise meter su patada para que se callara y llamara la atención de mis perseguidores, este me mordió el pie enterrándome todos sus colmillos en mi pierna, teniendo que abrir su trompa con mis manos despacio para poder sacármelo.
Me encontré un hombre vestido de mujer, de dónde venía parecía estar hecho paste, odiaba ese tipo de gente, me daba asco pensar que querían ir en contra de su naturaleza, pero en ese momento no tenía más remedio que pedirle ayuda. Le grité, pero este solo me ignoró como si pudiera leer mis pensamientos. —¡Maricones! —pensé.
Un niño regresaba a su casa después de vender en el parque, —¡Negrito, hazme la caridad y regálame una bolsa de agua! —Le supliqué, pero este me ignoró. ¡Negro sambumbo, que no me oyes! —Le grité. Pero este continuó ignorándome. Las cadenas se escuchaban cada vez más cerca y yo, con mis últimos suspiros, no sabía qué más hacer.
Me encontré a un viejo amigo, ¡Ayúdame, amigo! Me vienen siguiendo y estoy seguro de que me quieren matar. Este sacó de su bolsa un saquito lleno de monedas y me las tiró en la cara. ¡A dónde vas, no las necesitas, pero te las regalo! —Me dijo y desapareció.
Me estaba volviendo loco, pero vi aquella luz amarilla del farol que quedaba afuera de mi casa. Corrí, nunca había estado tan feliz de llegar a mi casa, vi a mi mujer y le dije —¡Ayúdame! Ellos me vienen siguiendo, escucho sus cadenas cada vez más cerca y mi cuerpo se siente cansado, no puedo correr más. Mi mujer me miró extrañada y me dijo:
—Ay, Pancho, nadie te viene siguiendo, las cadenas que escuchas son las mismas que están sobre tus pies, que se vuelven cada vez más pesadas en la vida. Aquel hombre que te quiso cortar los pies con su machete es el jardinero que tú mataste porque, según vos, me estaba haciendo ojitos. La muchacha que te encontraste y te ahorcó fue la muchacha que dicen que vos violaste y tú siempre te negaste, y al día siguiente amaneció ahorcada en un palo de mango de su casa. El sacerdote que te quiso cortar las manos, es aquel y todos a los que les robaste dinero con tus malas mañas. Y la mujer que te quiso apuñalar en la cabeza no es tu amante con la que te mirabas escondido e incluso la metiste en nuestra misma cama. El perrito que te ladraba y advertía de tu muerte, no es el que maltratabas y le pegabas patadas. El hombre vestido de mujer en el camino no es tu hijo al que despreciaste y corriste de la casa por cochón, dándole la espalda. El niño negrito no era tu primito al que tanto te burlabas en la escuela y que toda la vida lo molestaste con sus apodos como ¡Carbón! Y ese amigo tuyo que te encontraste no es el que vendiste a unos pandilleros que lo andaban buscando.
Las cadenas que cargan son ellos. No pierdas el tiempo en correr, Pancho, pues la muerte ya te ha alcanzado, pues siempre en casa te estuvo esperando, y en casa y sobre una caja ya estás echado, pues de aquí nadie se va si no es pagando.