Era una noche de viernes en Tokio, la ciudad de las luces y el ruido. Ella salió de su pequeño apartamento, donde vivía sola desde que sus padres se habían mudado a otra ciudad por trabajo. Se sentía atrapada en una rutina aburrida y monótona, trabajando como secretaria en una empresa donde nadie la valoraba. Necesitaba escapar, aunque fuera por unas horas, de esa realidad gris y opresiva.
Se dirigió al centro, donde la esperaban sus amigos. Eran un grupo de jóvenes rebeldes y soñadores, que compartían su pasión por la música, el arte y la libertad. Se habían conocido en un concierto de rock, y desde entonces se habían vuelto inseparables. Se sentía feliz y libre cuando estaba con ellos, como si nada pudiera detenerla.
Se puso sus audífonos y escuchó su canción favorita, una de esas que le hacían bailar y soñar. Era una canción de los 80, la década en la que había nacido y que le parecía fascinante. Le encantaba la moda, el cine, la cultura y la historia de esos años, que le parecían más divertidos y coloridos que los actuales. Se imaginaba que vivía en esa época, que era una estrella del pop o una actriz de Hollywood.
Se mezcló con la multitud de japoneses que caminaban por las calles, admirando los grandes letreros de neón que anunciaban todo tipo de productos y servicios. Se sintió parte de ese mundo, de esa energía, de esa magia. Le gustaba ver las caras de la gente, sus expresiones, sus gestos, sus ropas. Se preguntaba qué historias tendrían, qué sueños, qué secretos. Se inventaba nombres y personalidades para ellos, y les daba vida en su mente.
Llegó al bar donde habían quedado y entró con una sonrisa. Más de sus amigos la recibieron con abrazos y risas. Pidieron unas bebidas y se pusieron a charlar de sus vidas, de sus planes, de sus amores. Ella se olvidó de sus problemas, de su trabajo aburrido, de su familia ausente, de su soledad. Se dejó llevar por el momento, por la música, por la diversión. Bailó, cantó, rió y... besó. Conoció a un chico que le gustó, que le dijo cosas bonitas, que le hizo sentir especial. Fue la noche más feliz de su vida.
Pero todo tiene un final. El bar cerró y sus amigos se despidieron. Ella salió a la calle y se dio cuenta de que ya era de madrugada. El cielo estaba oscuro y las luces se habían apagado. La multitud se había dispersado y solo quedaban algunos borrachos y vagabundos. Se quitó los audífonos y escuchó el silencio. Se sintió sola y triste, como si nada tuviera sentido.
Se subió a un taxi y le dio la dirección de su apartamento. Se recostó en el asiento y cerró los ojos. Pensó en el chico que había conocido, y se dio cuenta de que no sabía nada de él, ni siquiera su nombre. Se preguntó si volvería a verlo, si le llamaría, si le importaría. Se dio cuenta de que había sido solo una fantasía, una ilusión. Su realidad era otra, una distanciada a la felicidad.
Finalmente despertó de ese sueño. Despertó en su pequeño apartamento, donde vivía sola... Donde volvía a sentirse atrapada en su rutina aburrida y monótona... ¿A quién le importava escuchar cuánto deseaba escapar? Escapar aunque fuera por unas horas, de esa realidad gris y opresiva...
Esta seguiría siendo su vida.