El aire en el despacho del notation olía a Madera vieja y promesas rotas. Sentada en un rincón, con las manos heladas entrelazadas sobre el regazo, Elina miraba sin ver. Frente a ella, su padre firmaba un documento con letra firme, pero con los labios apretados y los ojos vacíos. Aquel papel no era solo un acuerdo comercial entre familias; era su sentencia.
—Es lo mejor para todos —murmuró él sin mirarla, como si hablara consigo mismo.
Ella no respondió. Ni siquiera lloró. Había aprendido que el silencio dolía más que las palabras.
Al salir, el sol la cegó. Elina pensó que nunca volvería a ver la luz de la misma manera.