Pesadilla de huída.
Puede ser un monstruo con apariencia de algo que viste en la realidad, o un ser invisible e intangible que sabes que está ahi.
Sabes que no puedes detenerlo y que sólo escapas de lo inevitable.
En esa oscuridad que traga todo a tu paso o neblina gris interminable, de verdad que hace frío.
En mi infancia escapé mucho, creía ser valiente en la realidad, pero en los sueños lo sabia en serio; yo sabía o sentía lo que era en el fondo.
Cobarde.
O eso creía, porque además pensaba que si me atrapaba sería el fin, pero de qué.
Escapé y escapé, corriendo entre callejones y tejados.
A veces me daba un respiro y soñaba diferente.
A veces, cuando tenía lucidez, trataba de cambiar al monstruo...pero no funcionaba.
Hasta que un día, y años después, me cansé de huir; sabía qué era aquella cosa, aunque no la había visto hasta que me di la vuelta esa vez.
Desperté en la madrugada.
Volví a intentarlo la siguiente vez.
Y estaba vez dejé que, no sólo me alcanzara, sino que me atrapara; sin resistir.
Su cara oscura, esa gabardina raída, y esos ojos amarillos.
Las alas de murciélago le daban ese toque extra al monstruo de mis pesadillas.
Le grité que me rendía y que podía matarme. Ya no me importaba. Y aquella sensación de que todo se acabaría si lo dejaba matarme había desaparecido.
Atravesó con sus garras mis huesos, hasta el corazón.
Lo tomó y se lo llevó a su boca llena de colmillos, pensé que debería estar muerta ya o al menos sentir dolor.
Pensé de nuevo, claro, es sólo un sueño.
Me dejó ir, mientras luces rojas y azules llegaban ahí.
Ignoré el ruido mientras ese monstruo destruía esa ciudad. Y me fuí.
Aún con vida.
Nunca volví a soñar con eso.
A veces lo recuerdo y pienso, ¿qué hice?
Pero también entendí que si quieres acabar con un sueño o pesadilla, escapar no es la solución.