Definitivamente hoy me comeré a alguien.
Cierro la puerta del elegante restaurante tras de mí y levanto la mano para detener un taxi. Uno se detiene a pocos metros, y mientras me deslizo en el asiento trasero, me doy cuenta de que el taxista no es precisamente el protagonista de mis fantasías. Sin embargo, mi mente inquieta no tarda en notar algo que me llama la atención.
—Buenas noches, señorita. ¿A dónde la llevo?
—pregunta el taxista con una sonrisa amable.—A la calle Primavera, por favor —respondo, mientras mis ojos se deslizan disimuladamente hacia sus antebrazos.
Durante el trayecto, el murmullo del tráfico de la ciudad sirve como telón de fondo para la conversación que comienza a surgir entre nosotros. El taxista, a pesar de su apariencia ordinaria, demuestra ser un conversador elocuente.
—¿Cómo ha sido su noche, señorita?
—Fue... interesante —respondo, mi mirada vuelve a los abultados antebrazos que reposan sobre el volante.
Él sonríe, ajeno al juego que mi mente ha comenzado a tejer. Mientras hablamos, me doy cuenta de que esos antebrazos no solo son grandes, sino que también están cubiertos de venas marcadas. Me imagino esas manos fuertes recorriendo mi cuerpo, y una sensación cálida se apodera de mí.
—¿Tiene algún plan emocionante para la noche? —pregunta, y su tono de voz provoca un cosquilleo en mi piel.
—Quién sabe, la noche es joven —respondo, manteniendo mi expresión imperturbable.
A medida que la charla avanza, me doy cuenta de que su apariencia pasa a segundo plano. La excitación crece con cada palabra compartida. ¿Quién iba a pensar que un taxista con unos antebrazos tan sugerentes podría desencadenar este deseo? Nuestro diálogo ardiente persiste, y mientras la ciudad desfila frente a nosotros, mi mente se embarca en un viaje mucho más íntimo.
Finalmente, llegamos a mi destino, pero antes de pagarle, le dirijo una mirada coqueta y le agradezco por la agradable compañía. Con un susurro travieso, desciendo del taxi, dejando atrás a un taxista que, sin saberlo, ha avivado la llama de mis deseos de maneras insospechadas.
Hoy, como todos los días, me sumerjo en la rutina aparentemente normal de mi vida. Desde que abro los ojos por la mañana, ya siento esa chispa de deseo que parece acompañarme a todas partes.
Mis pensamientos danzan entre las responsabilidades cotidianas y las fantasías que revolotean en mi mente. La mañana transcurre entre reuniones de trabajo y quehaceres domésticos. Mis colegas ni siquiera imaginan los pensamientos traviesos que se agitan en mi interior mientras discutimos informes y estrategias.
A veces me pregunto si notarían la diferencia si pudieran asomarse a mi mundo secreto, a este universo paralelo donde la pasión y la lujuria son mis fieles compañeros. En el almuerzo, las conversaciones triviales de mis amigos se desvanecen en el fondo, eclipsadas por la imagen de cuerpos entrelazados y susurros de placer que rondan mi imaginación.
Aunque esté rodeada de risas y charlas animadas, siempre hay una parte de mí que anhela algo más, algo que va más allá de las formalidades diarias. La tarde se desliza entre compromisos sociales y llamadas telefónicas. Mantengo una fachada impecable, pero por dentro, mi mente bulle con deseos incontrolables. A veces me pregunto si soy la única que vive este constante vaivén entre el deber y el deseo, pero la verdad es que me encanta. Me encanta ser esta chica ninfómana, explorando los límites de la pasión en la discreción de mi mente. Al caer la noche, la cita con Manuel se convierte en el clímax de mi día. Cada detalle cuidadosamente preparado por él es un recordatorio palpable de que mis fantasías pueden trascender la esfera mental. Su presencia, su mirada cargada de deseo, despiertan en mí un hambre insaciable. Y cuando finalmente nos entregamos a la pasión, el mundo exterior se desvanece, dejándome inmersa en un éxtasis que solo la intimidad compartida puede brindar. Pero no voy a engañarlos, él es solo un número entre esta jungla de unos y ceros que son los hombres, en la medida de mis posibilidades, me acostaré con todos los que pueda
Manuel esperaba nervioso en la entrada de mi apartamento. Había estado emocionado durante todo el día, preparando cada detalle para nuestra cita. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos dorados y naranjas, mientras esperaba impaciente a que llegara.
Finalmente, el sonido de mis pasos suaves resonó en el pasillo, y Manuel se giró para verme acercándome con una sonrisa radiante en mi rostro. Vestía un elegante vestido rojo que resaltaba mi belleza, y sus ojos brillaban con anticipación. No podía apartar la mirada de él, maravillado por mi presencia. Me acerqué a Manuel, y él me ofreció su brazo, guiándome hacia el interior del apartamento. Al abrir la puerta, un suave aroma a velas perfumadas llenó el ambiente, creando una atmósfera íntima y acogedora. La sala estaba decorada con delicados detalles, desde las cortinas de encaje hasta los cojines suaves que adornaban el sofá.
Manuel me invitó a sentarme en el sofá, y mientras lo hacía, nuestras miradas se cruzaron, provocando una chispa de deseo en el aire. El silencio se hizo presente, pero estaba lleno de significado y promesas. Nuestras manos temblaban ligeramente mientras se acercaban lentamente, buscando el roce del contacto.
Mi rostro se iluminó con una mezcla de nerviosismo y deseo, y Manuel no pudo resistirse a la tentación de acariciar mi mejilla suavemente. Cerré los ojos y mis labios se entreabrieron ligeramente, invitándolo a acercarse más. Manuel no pudo resistirse y se inclinó lentamente, uniéndonos en un beso apasionado y cargado de promesas.
El tiempo pareció detenerse mientras nuestros cuerpos se fundían en un abrazo, explorando cada rincón y cada curva. Las manos de Manuel se deslizaron por mi espalda, acariciando suavemente mi piel y desatando una cascada de sensaciones. El deseo ardía en nuestros ojos mientras nos dejábamos llevar por la pasión, sin importarnos nada más que el momento presente.
La habitación se llenó de susurros y gemidos, mezclados con el sonido de nuestros corazones latiendo al unísono. Cada caricia, cada beso, era un acto de entrega y amor que nos consumía por completo. El calor de nuestra unión llenaba la habitación, envolviéndonos en una burbuja de placer y éxtasis.
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"Creo que no he tenido suficiente", digo para mí misma mientras camino por un barrio de reputación dudosa. Observo el llamativo letrero de un gimnasio; en el interior, escojo a alguien entre la fértil congregación de testosterona. Me acerco al hombre más grande y le susurro algo al oído. Inmediatamente después, nos dirigimos hacia las duchas.
Entre el rebote de mi trasero contra la musculosa pelvis de esta bestia siento como las ansias de que le llene se manifiesta en mi boca:
—Quiero que me tomes por detrás —susurro, dejando que las palabras cargadas de deseo floten en el aire caliente de la habitación.
Él asiente con determinación, y sin decir una palabra, cambiamos de posición. La excitación palpita en el ambiente mientras su fuerte presencia me envuelve. Cierro los ojos, entregándome a la sensación de su deseo ardiente.
El calor se intensifica con cada movimiento, y mi cuerpo responde al ritmo apasionado que compartimos en la penumbra. Sus manos fuertes encuentran la armonía con la suavidad de mi piel, explorando cada centímetro con destreza. El susurro de nuestras respiraciones se entrelaza, creando una sinfonía de placer que llena la habitación. Cada embestida es un eco de deseo que reverbera en mi ser, y mis gemidos se mezclan con los suyos en una danza sensual. El contacto piel con piel se vuelve la única verdad en este éxtasis compartido, y el tiempo parece detenerse mientras nos entregamos a la pasión desenfrenada.
Mis uñas se aferran al tejido de su espalda, buscando anclarme en la realidad a medida que me sumerjo más profundo en este torbellino de sensaciones. Él, un hombre cuya figura imponente ahora se convierte en mi cómplice en este viaje sin retorno.
Después de que aquel hombre llenara todos mis agujeros ¿adivinen qué? no fué suficiente.