Dirigí la mirada hacia vos, sintiendo cómo el corazón me golpeaba contra el pecho. Parecía que fue ayer cuando tus dedos delineaban mi cuerpo con suavidad. Empezaba a extrañar esos días. Ahora me hacían falta más que nunca, sobre todo para enterrar el dolor por unos minutos en alguien que sabía hacerme feliz con simples caricias. Pero tu rechazo en forma de una mirada gélida me mostraba la realidad, tenía que despertarme del sueño de una vez, que nunca volverían esos días, que no volvería a sentirme así. El amor era todavía más fuerte que antes, aunque hubiera tomado una decisión que te gustaba más a vos que a mí. Iba a dar media vuelta, volveríamos a ser extraños, aunque en mi pecho se encontrara la verdad. Al cerrar los ojos, seguiría sintiendo tu perfume como si estuvieras acá, conmigo, abrazándome, como aquella última vez. Solamente serías un fantasma del que fuiste aquella vez y que no volvería nunca más. Que ya no me abrazaría con fuerza, como si sintiera lo mismo que yo. Desvié la mirada, te di la espalda aunque no quisiera, porque sabía que te molestaba, que mi presencia te hartaba, que no querías eso que te promulgaba. Cerré la coraza una vez más, no me permitiré sentir cerca tuyo, era una promesa y no rompía mis promesas aunque ellas me rompieran a mí en mil pedazo. De todas maneras sabía que no te importaba en absoluto, sabía que mi dolor te era completamente ajeno. Volveríamos a ser extraños, una vez más, en contra de mi voluntad.