Escaparon de la clase de gimnasia. Se encontraban detrás del terreno del colegio escondidos. Sentados, recuperando el aliento y riendo hasta el momento en donde solo quedaron sus apenadas sonrisas.
No quisieron mirarse fijo. La vergüenza era demasiada.
Primero tosió Luciano que se masajeó la nuca con una mano. Martín lo miró de reojo.
—Tem certeza? —Le preguntó el primero. Martín ladeó la cabeza—. Você realmente quer? —agregó.
El rubio no dijo nada. Su cara le hablaba por todos los poros, ya no tenía la piel del contraste de la de Luciano, ahora estaba rojo hasta las orejas.
Martín entrelazó los dedos de sus propias manos y suspiró cabizbajo. Cerró los ojos con fuerza.
—Sí quiero... —ratificó. La voz llena de seguridad que generalmente traía consigo casi le tembló al momento de confirmar—. Pasa que... nunca besé a otro chico... —confesó al final y se mordió el labio inferior como castigo a sí mismo por estar tan abochornado.
Luciano lo observó unos segundos, asintió con la cabeza y luego miró al frente. Él tampoco había besado nunca a otro chico.
De hecho, al llegar Luciano desde Brasil por el intercambio al colegio argentino de Martín, el rubio fue el primer chico que le hizo considerar en que realmente podría sentir un tipo de atracción hacia alguien de su mismo sexo.
Y lo mismo le pasó a Martín. No es como si fuese un rompecorazones, pero nunca aceptaba salir con chicas más allá de aceptar sus besos. Él estaba consciente de que no le entusiasmaba formar un tipo de relación más sólida en sus cortos quince años de edad.
Cuando llegó Luciano, se hicieron amigos rápidamente luego de jugar en educación física al fútbol en el mismo equipo y ver lo mucho que congeniaban en la cancha.
A la larga Martín fue como el guía del colegio para Luciano y su entusiasmo por ir a la escuela y salir a divertirse con este muchacho se fue incrementando.
Hasta que la tensión se hizo cada vez más rara cuando ellos se encontraban solos. Y en los últimos tiempos parecían decirse todo con una mirada.
«No quiero asustarte...», dijo un día Martín como si nada. De hecho, se notaba despreocupado, aunque por dentro estaba sumamente nervioso. ¿Su estrategia? Si Luciano lo odiaba luego de lo que le diría, él creía que ese efecto de fascinación para con el brasileño se disiparía de a poco, de lo contrario... no tenía otro plan y solo esperaba que las cosas fluyeran. «Me parece que... me gustás», concluyó enfocando su mirada en la parada de colectivo.
Caminaron hasta allí y frenaron a esperar el transporte. Los tres minutos para una respuesta se hicieron eternos.
El muchacho argentino creyó entonces que ya nada se podía hacer e iba a despedirlo fingiendo que todo seguiría normal al abordar el transporte público. De seguro, al día siguiente, Luciano lo evitaría.
Mas, antes de que el vehículo parara frente a los chicos, Luciano abrió la boca: «Comigo acontece o mesmo».
No pudieron hablar mucho más porque el colectivo frenó y Martín tuvo que subir. Aun así, el susodicho viajó con una cara bobalicona todo el trayecto. Por su parte, Luciano todavía no se creía lo que le pasaba en el pecho.
Y los días que le siguieron no eran para nada incómodos. Ambos se daban cuenta de que buscaban cualquier excusa para excluirse del grupo de amigos y así quedar ellos solos en los recreos. Y tanto se excluían que iban hasta los lugares menos transitados de la escuela a hablar cosas triviales hasta solo quedarse mirando sonriendo y dejar de hacerlo al ruborizarse.
«Tengo curiosidad por besarte», se adelantó nuevamente Martín esa mañana en el recreo y Luciano se ahogó con su propia saliva, tuvo que ser socorrido con golpecitos en la espalda por parte de su amigo mientras este se reía de su pequeña desgracia.
Cuando se recompuso, Luciano lo miró firme. «Não vamos entrar em educação física», le sugirió de repente y Martín entendió todo con esa mirada decidida.
Así que allí estaban. A la espera...
Martín suspiró fuerte de nuevo y miró a Luciano. Se sorprendió al notar que este lo estaba mirando fijo, pero hizo el esfuerzo de no desviar la vista.
—Porra, eu também estou nervoso —dijo de repente afligiendo el gesto en sus ojos, provocando una corta risa a Martín.
—Qué boludo que sos —Le pegó despacio en la cabeza haciendo que el moreno se cubriese por inercia.
—Martín, sério... eu quero, mas... eu não sei como começar... —agregó Luciano sonriendo con pena. Haciendo suspirar a Martín de esa manera tierna que solo podía provocarle el moreno.
—Bueno... —decidió hacerse cargo del asunto—. Vos nada más cerrá los ojos —Le explicó y al ver que Luciano asentía con la cabeza haciéndole caso, Martín continuó:—. Voy a acercarme, ¿sí?
—Sim...
—Bueno...
Titubeante, posó una mano en la mejilla de Luciano. No debería ser difícil, no debería ser diferente a besar a las chicas, por lo menos no la técnica.
Luciano sintió un pequeño escalofrío al tener la mano de Martín en su cara, pero era demasiado confortable, así que no objetó nada.
Martín recién cerró sus ojos a pocos centímetros después de ladear la cabeza levemente para encajar y apoyó suave sus labios sobre los de Luciano. Ambos temblaron y ciñeron el entrecejo aguantando los nervios, hasta que poco a poco fueron relajándose. Luego, entreabrieron los labios para comenzar con movimientos cortos.
Una mano de Luciano fue a tomar fuerte la que le quedaba libre a Martín. El corazón del rubio se sentía pleno ante ese tacto. Un deseo tan simple correspondido que les resultaba tan extravagante.
Definitivamente no. No se comparaba con besar a ninguna chica. El corazón de ambos muchachos nunca latió de esta manera al besar a alguien más... Como si todo este tiempo ellos se hubiesen esperado sin haberse todavía conocido para darse aquel difícil beso, y al encontrarse lo sintieron.
No era igual. Era único.