Y entonces lo ví, ese hermoso retrato que parecía resaltar de entre todos los que habían. Tenía una belleza sutil, armónica, perversa e incluso desbordaba pasión ardiente, esa que sientes con la persona que realmente quieres.
Con pasos ligeros me acerqué y pude divisar los hermosa trazos que contenía. Iban desde líneas lisas, hasta rigurosos pincelazos pálidos antaño cálidos.
Ver el mensaje que transmitía me llenaba de una incontrolable inquietud sobre el porqué de ese retrato, el cómo lo hizo, en quién se inspiró, cuándo terminó de crear tan conmovedora historia en una sola imagen.
Mis dedos, inquietos y deseosos de sentir aquella belleza, palparon aquel papel. Se sentía rugoso, pero a la vez suave; lo sentía vacío, pero a la vez lleno; se sintió fúnebre, y a la vez misterioso.
Habían tantas emociones que, era difícil describir todas y cada una de ellas. Fue tan doloroso explicar cómo ese retrato podía traer recuerdos bellos y amargos, sentimientos buenos y malos, e incluso, te llenaba de una tristeza y melancolía inédita.
Mis ojos añoraban ver más allá de aquella imagen, querían ver lo que en realidad expresaba aquel pintor en aquella magnífica obra de arte.
Mis pies, ansiosos de poder acercarse a lo que en un primer momento los atrajo, con pasos presurosos volvieron al lugar donde todo comenzó: a unos treinta centímetros de distancia, allí estabas, mirando fijamente aquel hermoso retrato.
Y entonces me dí cuenta, aquel pintor loco y enamorado que trataba de transmitir su pasión, amor y dolor en una sola imágen, era yo. Y el protagonista, aquel que representaba todas esas emociones, eras tú y tus hermosas facciones, en aquel hermoso atardecer de otoño, a través de un Hermoso Retrato...