El sol cae lentamente, oscureciendo la habitación, pero no nos damos cuenta, tampoco nos importa, el suave roce que inició como un juego nos hace abstraernos del mundo. Ya no existe, solo existen las risas en susurros. El pequeño juego entre nuestras miradas cómplices. Su mano, tímida en un principio, pasa por debajo de mi camiseta guiada por la mía. Sonrisitas nerviosas que invitan a continuar. Todavía no sabe lo que provoca en mí, el nerviosismo de la primera vez hace que se distraiga fácilmente, que se ría desviando la mirada por un comentario tácito que flota entre nosotros. De un movimiento estoy en sus piernas, lo invito a continuar sin miedo mientras le rodeo el cuello con los brazos. Me muevo ligeramente, entiendo que le gusta, que lo esperaba sin darse cuenta. Busco sus labios, él esquiva los míos dejando que los lleve a su cuello. Puedo sentir que le gusta el roce, aunque no sea de piel con piel. Tiene la respiración ligeramente agitada. Nos miramos y parece todo un sueño, uno más mío que suyo; uno que vengo esperando desde hace tiempo. Sus manos, con las que puede abarcar toda mi cintura si se lo propone, se pasean por mi espalda, primero por encima de la ropa, después por debajo. No importa por donde pasen, me generan un estremecimiento en todo el cuerpo. Quiero más. El pantalón le aprieta, el mío molesta, pero no nos separamos, no es un estorbo, es suficiente para nosotros en aquel momento de calor extremo dentro de estas cuatro paredes apenas alumbradas por una luz mortecina y un televisor que pasó a segundo plano hace horas. Todo pasó a segundo plano hace horas. Solo se pueden escuchar las respiraciones, los ligeros jadeos, el movimiento rápido de uno sobre el otro; de uno contra el otro. “me encanta” le susurro, “me encantás”. No dice nada, soy su pasatiempo, pero no me importa, ahora es mío, se entrega por completo a mí. Me regala ese momento para que se me guarde en la memoria hasta el último segundo de mi vida. Me presiona contra su cuerpo, me hace descender a la locura. Me hace quererlo como nunca había querido a nadie. Estoy a su merced aunque el mando lo tenga yo. Hace aflorar en mí lo que nunca nadie logró. Me hace estremecer cada vez que sigue mis movimientos de caderas; cada vez que sus dedos rosan mi piel; cada vez que su respiración agitada choca contra mi cuello; cada vez que me atrae hacia él para reafirmarme este sentimiento que se entierra en lo más profundo de mi ser. Me desea, su sexo lo delata, delata lo que sus labios no pronuncian. No quiero separarme, no quiero soltarlo, no quiero que me suelte. Anhelo fundirme entre sus brazos, ser completamente suya.
**
Este escrito va dedicado a alguien que nunca me leerá, pero al que no puedo reprender por ello.