En un mundo tan grande y extenso como en el que viven, con muchas clases y dioses, debería ser normal obtener un doble de la nada ¿Verdad?. Aunque Yugo no lo considera así, ¡Tal vez al inicio se emocionó al verlo como un hermano! Pero conforme pasaba el tiempo, las cosas fueron cambiando, los sentimientos cambiaron.
Después de cumplir los 16 fue más dicil quitarle la mirada de encima, fue más difícil disimular sus salidas al baño por las mañanas; Yugo rezaba a la diosa para que nadie se enterará.
Pero como bien sabida era su mala técnica para mentir y disimular. Oropo se dió cuenta bastante rápido, molestando lo de vez en cuando, haciendo pequeños chistes sobre como mantiene tan limpia sus cobijas, aprovechando el sol de la mañana.
Alibert estaba confundido por la actitud de los dos chicos, pero lo dejo pasar creyendo que era alguna jugarreta que se tenían ellos dos.
Adamai simplemente volteaba los ojos y seguía con sus cosas.
Chibi y Grugal no entendian pero les divertía las cara que hacia Yugo.
Pasaron unos años más y cumplieron los 20; la hermandad los felicito y les deseo muchos años de vida, cantaron, comieron y los más pequeños jugaron.
Bien tarde en la noche, cuando todos estaban en un muy profundo sueño, Oropo se desliza dentro las cobijas de Yugo, quien despierta sobresaltado al sentirlo.
—¿¡que demonios haces oro!?—exclama en susurros, nervioso por la acción de su doble.
—Shhh—le da un ligero beso en los labios, separándose y sonriéndole con cierta picardia—solo vine a darnos nuestro regalo.
—¿Regalo?—quedo anonado después del beso, sin creer posible que ese día llegaría.
Oropo se sienta en el abdomen de yugo, sin perder la sonrisa.
—Si, regalo. ¿Acaso crees que no se lo que piensas? ¿Cómo me ves realmente? Recuerda Yugo, yo soy tu y tu eres yo.
Finaliza, cubriéndolos con la cobija.
Siendo cómplice y testigos la noche y sus estrellas, ni siquiera la luna fue capaz de hacer relucir aquel secreto, no tan secreto.