Ciudad de Wieliczka, sur de Polonia.
25 de diciembre de 2027.
Hoy es veinticinco de diciembre, mis manos están frías, las imágenes vuelven, la lluvia repiquetea contra el vidrio de las ventanas como ese mismo día.
—Vieja puritana de mierda— había dicho el hombre.
Estaba enojado con la vecina de al lado, quien se presentó en la casa a decirle que sus pecados carnales lo iban a llevar directo al infierno.
—Un día de estos cerrarán su boca de manera permanente y juro que me sentaré a ver cómo sufre y se retuerce en primera fila— exclamó el viejo con sus orejas rojas de la rabia.
A pesar de que todos los domingos lo acompañaba a la misa, el viejo seguía igual de propenso a mandar a medio mundo al infierno.
—Bailaré sobre sus malditas tumbas— había gritado a un par de jóvenes después de que rompieran las ventanas a piedrazos.
Pero más allá de la intimidante personalidad que tenía podría decir que es un buen hombre, o al menos eso es lo que siempre me decía la señora Manheim.
El viejo Dabrowski tenía casi setenta años, estaba en esa edad de los achaques en su memoria, Muchas veces olvidaba dónde estaban sus cosas, incluso si tenía algún objeto entre sus manos seguía buscando o no lo recordaba.
Mi horario de trabajo era muy estructurado, a las siete ya estaba en su casa agregando más leña a la chimenea. Mientras la sala se calentaba y el agua hervía yo iba y despertaba al viejo, le hacía tomar sus medicamentos, en total tenía cinco diferentes pastillas que tomar: clonazepam para sus episodios depresivos, Lorazepam para su ansiedad, Tylenol PM para dormir, cardizem por su presión arterial y digoxina para disminuir su frecuencia cardíaca.
Muchas veces se negaba a tomarlas. Cuando eso pasaba, yo recurría a mezclarlas con su comida o, en el peor de los casos, a dárselas por la fuerza.
La casa era de un modelo antiguo. Hasta donde yo sabía fue de las primeras en construirse cuando el pueblo se fundó en 1290, al ser tan vieja, cada año y medio se remodelaban varios sectores, se sustituían los materiales de algunos cuartos y se cubría las paredes con una pintura especial para la humedad. Aún con todas esas reformas el diseño lograba rozar lo terrorífico muchas veces. Con sólo al acercarte a la cerca principal veías las feas gárgolas de mármol sobre el techo de la casa, de verdad me parecía un diseño muy raro para ser un desagüe; las estatuas en su mayoría eran obras renacentistas con ángeles cayendo al vacío. El jardín Norte estaba lleno de rosas negras, blancas y rojas, las negras se volvieron mis favoritas, él sólo las mandó a plantar cuando escuchó que me gustaban; en cambio las rojas, a veces, si las mirabas bien te daban la sensación de ver sangre en ellas de tan oscuras que eran. El jardín Sur, por otra parte, tenía madreselvas, sauces llorones y viejas hamacas que ya casi no se usaban.
Dabrowski Manor era muy espaciosa y demasiado solitaria para una sola persona, contaba con innumerables habitaciones, y si bien todas estaban vacías, había muchas a las cuales tenía estrictamente prohibida la entrada; una de ellas era la puerta al final del corredor oscuro en la zona Oeste de la mansión. En mi primer día como cuidadora quise limpiar ese cuarto, pero la cosa se descontroló cuando Stefan me vio, estaba fuera de sí, no paraba de repetir las palabras como: "Nadie entra". La otra puerta prohibida era la de la entrada al sótano. Realmente era extraño; así que cuando le pregunté qué había, él sólo respondió que eran viejas medallas de guerra y que la calefacción del sótano estaba rota, pero aun así la mantenía cerrada con tres candados, más varias cadenas.
Las paredes estaban pintadas en matices de color negro, blanco y manteca. Los sillones y los libros estaban forrados en cuero sokoviano para evitar que la humedad los manchara, todo lo líquido era absorbido por la tela y así seguía conservando su color original.
—Gracias a Dios tomó sus pastillas señor— le dije con algo de alivio notorio en mi voz mientras bajábamos las escaleras, la idea de darle las cosas por la fuerza no me resultaba nada gratificante-. Sosténgase de mi brazo por favor.
—¿¡Co do diabła myślisz, że jestem yelena,jestem w stanie zejść po drabinie?!— gritó exasperado.
Lo mire con toda la paciencia que se le puede tener a un anciano poco amigable y gruñón mientras oía como me decía que él era completamente capaz de bajar las escaleras a la vez que me cuestionaba quién pensaba yo que él era.
Estaba enojado, sólo cuando se molestaba utilizaba mi nombre de pila; siempre me llamaba niña, sólo cuando colmaba su paciencia utilizaba el maldito idioma.
Lo miré, le sonreí y lo ayudé a sentarse para así poder servir el té, dos de azúcar para él, tres de azúcar para mí.
—¿Cocinaste galletitas de miel para mí, Yelena?— me miró impaciente, quizás con la mirada de alguien que no se siente muy calmado, o alguien muy asustado -¿Lo hiciste?
—Claro que lo hice, por favor no se desespere.
—¿Qué haremos hoy? Es miércoles— preguntó de mala gana.
Revisé el itinerario semanal: los lunes eran día de ajedrez, los martes ejercicio de memoria, miércoles tarde de películas, jueves de lotería, y los viernes de lectura.
—Hoy tenemos tarde de películas.
Miramos muchas películas hasta que el viejo se durmió sobre el sillón, lo tapé con una manta y aproveché para ir hasta la tienda del pueblo.
Compre muchas cosas: tabaco, carne de ternera, verduras y una cuchilla nueva ya que la anterior no tenía mucho filo, teniendo todo lo necesario fui a pagar para poder irme a casa.
—¿Aún no lo supera no?— preguntó la cajera con evidente lástima en sus ojos.
—¿Disculpe?- respondí un tanto confundida a su pregunta.
— Lo del señor... lo que pasó...
—El señor Dabrowski está perfectamente; sólo debe descansar y tomar sus pastillas— le corté tajante la palabra antes de que se tomara algún otro atrevimiento.
—¿Qué?- su cara era confusa, incluso palideció, me miró unos segundos más, impaciente; cómo si pensara cuidadosamente lo que iba a decir, — es verdad, sólo está enfermo.
Al salir, regresé lo más rápido que pude, no debía dejarlo sólo mucho tiempo. Al entrar en la casa no pude ver al viejo por ninguna parte, quizás había subido a su habitación a descansar, la planta baja estaba bastante fría, preparé la tetera y cuando estuvo todo listo, vertí las pequeñas hojas sobre el agua.
Mientras tomaba unos sorbos, El viejo bajó las escaleras con mucha paciencia, tenía su pijama puesto.
—Súbeme la cena, Yelena, tengo hambre— me miró unos segundos y nuevamente subió a su cuarto.
Mientras él comía yo acomodaba las colchas de la cama para que estuviera tranquilo, el ambiente era muy cómodo, afuera parecía que iba a llover.
Todo estaba bien hasta que comenzó a decir cosas sin sentido otra vez.
—No vas a dejarme ir, ¿verdad?
—Otra vez con eso, señor... le he dicho que tome sus pastillas, no me obligue a dárselas por la fuerza, mientras usted no esté mejor, no saldremos de la casa.
Me levanté de la cama y fui a mi habitación, hoy me quedaría con él, sólo por si las dudas.
Esa misma noche, en la madrugada, la puerta fue forzada, los pasos en el primer piso resonaban en mis oídos e inmediatamente me levanté, salí al corredor y me dirigí a la pieza continua. Seguía dormido. Gracias a Dios.
Cerré la puerta, tomé el hacha de la pared y con pasos temblorosos bajé las escaleras en la inminente oscuridad de Dabrowski Manor, si había alguien intentando lastimarnos no podía permitirlo.
Mala idea. Al momento en que pisé el último escalón, un grupo vestido con equipo táctico estaba esperándome, todos apuntaban hacia mí con sus escudos. No entendía nada.
—¿Quiénes son?
—Venga con nosotros, señorita.
—¡No iré a ningún lado con ustedes maldita sea! - grité desesperada.
—No nos obligues a hacer nada que no queremos, Yelena.
—¿Quién es usted? ¿Cómo sabe mi nombre?
Tenía miles de preguntas, no pude formular ninguna, me habían tomado por detrás mientras ataban mis manos, no iban a soltarme, sólo podía gritar que me soltaran y patalear como una desquiciada, no podía dejar que me llevaran. Al momento en que giré mi cabeza, el viejo estaba en las escaleras, me miró impasible.
—¡Volveré! ¡quédese tranquilo, llame a la señora Manheim y quédese en su cama!
A los pocos minutos estaba en un auto, no sabía a dónde me llevaban, qué querían, por qué me buscaban. Después de alrededor de una hora el auto se detuvo y me bajaron, todo estaba oscuro, pero pude ver que estábamos lejos de casa. Mientras mi vista se aclaraba logre identificar dónde estábamos. Tenía miedo, mi cabeza no procesaba qué carajo estaba pasando, ¿por qué estábamos aquí?, en el cementerio...
-¿Qué hacemos aquí?- mi voz sonaba temblorosa, mis piernas temblaban y mis pies se estaban lastimando con las pequeñas piedras del suelo, pero ningún dolor se asemejaba al que sentía en mi corazón al pensar que el viejo estaba solo en la casa, esperando a la señora Manheim.
-Tu pequeña obsesión llegó muy lejos, Yelena, -dijo el desconocido entre jadeos muy violentos, mientras me arrastraba a lo que parecía ser una tumba, su voz me era vagamente familiar de algún lado- Instalarte en la casa... consumir plantas alucinógenas, leerle a la maldita silla vacía, necesitas verlo por ti misma, caer en la realidad.
Me empujó sobre la tumba, había rosas negras ya marchitas y secas sobre la misma, Aún tenía las manos atadas, lentamente se puso en cuclillas a mi lado, me observó unos segundos que me parecieron eternos y habló:
—Tienes que aceptarlo — habló en un susurro apenas audible mientras quitaba el polvo de la lápida.
Al momento en que lo hizo sentí como si mi Alma abandonara mi cuerpo, como si la sangre que fluía bajo mis venas se hubiese congelado. Por un momento pude jurar que mi corazón dejó de latir, no podía ser cierto... Grabado sobre la fría piedra estaba su nombre, el viejo... mi viejo.
Stefan Dabrowski.
25/12/1944- 25/12/2021
amado esposo, padre y abuelo.
—Es mentira— grité, y al momento que lo hice el desconocido a mi lado se quitó el pasamontañas de su rostro, mostrando unos ojos tan herectocromáticos como los míos.
—¡Maldita sea, acéptalo, Yelena; acéptalo por el amor de Dios, ya pasaron dos años! ¡Mírate! Ni siquiera me reconoces; a mí.. a tu propio hermano, ¡mira a lo que tuve que recurrir para sacarte de esa casa! ¡El abuelo está muerto! Es hora de que lo entiendas de una jodida vez.
Quise reprochar, pero un pinchazo impactó en mi brazo y todo se volvió negro, lo último que pude ver fue al viejo mirarme con sus arrugados ojos llorosos.
Al despertar, lo primero que noté fue que estaba atada a una cama, las paredes eran blancas... el vaso con pastillas sobre la pequeña mesita que estaba contra la pared.
Después de lo que me pareció una eternidad un médico entró, controló la intravenosa en mi brazo y habló:
—Paciente número seiscientos sesenta y seis, veinte años de edad; sexo femenino, de nombre Yelena Dabrowski; presenta severos trastornos psicológicos; asegura que vive con su abuelo fallecido hace dos años, la paciente consumió altas dosis de belladona que empeoraron su enfermedad mental, comenzó a desarrollar su enfermedad después de la muerte del señor Stefan Dabrowski, abuelo de la paciente, asegurando que seguía vivo y que debía cuidarlo.
La paciente seiscientos sesenta y seis es declarada incapacitada mentalmente para tomar decisiones y queda recluida en el hospital mental de nueva Wieliczka bajo la tutela de su hermano mayor Florián Dabrowski de veintisiete años de edad siendo este su único visitante autorizado, esta declaración comienza a estar vigente desde hoy día 25/12/2024.
Terminó de leer para levantarse e irse, yo sólo podía estar en shock mientras veía al viejo sentado en la silla situada al lado de la cama, estaba impasible; con una mirada triste, me contemplaba con lágrimas cayendo de sus ojos.
—No pudiste dejarme ir, pequeña— me dijo mientras acariciaba mi rostro; sus manos estaban frías.
—Pero estás aquí... conmigo.— exclamé entre lágrimas.
—Y lo estaré toda la vida, Yelena— me respondió con amor- aquí, — exclamó mientras posaba uno de sus dedos sobre su cabeza y luego lo llevaba a su corazón.
—¿Vendrás a verme?
—Cada 25 de diciembre sin falta.
Y sin poderlo evitar, me quedé dormida, viendo el único rostro que podía darle tranquilidad a mi vida, sintiendo, que quizás mi cuerpo flotaba sobre el jardín de rosas negras en esa espaciosa casa que parecía abrir sus puertas para mí en lo profundo de mis recuerdos.