Una vez amé a un monstruo. Lo amé locamente; él abrió las puertas de su casa y yo le abrí mi corazón. Ese monstruo no me persiguió, fui yo quien lo siguió sin saber lo que en verdad era. Lo acariciaba mientras él me despellejaba viva. Sí, amé a un monstruo, de esos que con besos arrancan el alma y roban el aliento.
Sin darme cuenta, se llevó mis ganas de vivir, dejándome vacía, sin ilusiones ni sueños. Amar a ese monstruo casi me cuesta la vida.
Sí, amé a un monstruo: un ser cruel, despiadado, que infecta la sangre y convierte en monstruo a quien se deja llevar por él.
Cuánto lo amé...
No me arrepiento de haberlo amado así, superé mi miedo a ellos. Ya no me asustan; sé que no pueden convertirte en uno de ellos si no se lo permites. Ahora que los conozco, ya no les temo. Me dan lástima, solo son tristes y ridículos payasos, coleccionistas de pieles.