—Pero, ¡qué muchachita? Tan atenta, preocupada desde la madrugada —decía la doña.
—Muy pegado su vestido y para tan tempranas horas, en tan temprano frío, ¿no cree vecina?
Doña, siempre más fuera de la puerta de su casa y más dentro del cancel de la tienda. Tenía los cabellos más grices, largos, horquillados y enredados que se haya visto; pero sobre todo tenía unos trastes percudidos y su voz aguda. Era la típica mujer de barrio, de mi barrio donde nací; la típica señora que sabía más de los hijos de las vecinas que de los suyos y a veces sucedía a la inversa, pero solo a veces.
A las cuatro de la mañana del 18 de junio no sé sabe si era de casualidad, pero estaba entre las avenidas principales del barrio, haciendo guardia, no sé sabe, porque entre su caminar a murmullos, decía:
“¿Quién será esa muchacha?, ummm!!! Creo que es buen momento para averiguar. Bien arreglada la cojuda, con ese vestidito levantado ¡diantres! A mí no me engaña, esta puede ser de tan buena familia, pero tan buena pueta también lo puede ser”
Entre sus acercamientos sigilosos con la cabeza gacha y a paso lento, se paró un taxi a puertas del vecindario de la Doña.
—Sonia, espérame —gritó para con su hermana.
La Doña levantó de ipso facto su cabeza e intentado querer gritar ¡hijas mías! Dijo ¡Es un negocio familiar, ya era hora!