La vi, estaba asustada.
—Vete, déjame en paz.
Pero como dejarla, la amaba, era mi todo.
—Vete, déjame en paz.
—No lo haré, jamás me ire.
Entonces tomó sus cosas y se marchó, jurando no volver, jurando no regresar.
Por lo que solo me quedé alli, esperando a que regrese o que otra persona venga a ocupar su lugar, así poder charlar, sin que me vuelvan abandonar.
Sin que se vuelven a ir por el miedo al más allá.
Fin.