En la profunda oscuridad de una noche tormentosa, la pequeña habitación solo era iluminada por los relámpagos que seguidos de fuertes truenos aterrorizaban a un hombre que carcomido por las culpas se encontraba sentado en un rincón de una enorme casona por derrumbarse lamentando sus pecados.
—Oh dios, como podría excusar los actos atroces que esta impura alma a perpetrado, como podría ser perdonada esta impía conciencia si en esta vida terrenal ni un hombre que sigue tus pasos fue siquiera capaz de justificar, lo que este desgraciado cometió.
Sujetó su cabello con tal fuerza que casi lo arrancaba desde su raíz, sus pensamientos errantes fueron interrumpidos por otro fuerte trueno. Fue a su ajado escritorio Luis XV y tras prender una delgada y macilenta vela, se sentó y emprendió la lectura de una libreta empastada en cuero negro que habían sido las memorias de su difunta amada. Su letra era la mejor obra de arte que en sus trecientos años, la existencia le había consagrado.
—Mi amada Eloise, mi dulce y añorada dama, si tan solo en vida hubiese podido mostrarte una exigua parte de lo que siento por ti, el regocijo que se hubiera apoderado de tu existencia cual alba se llena de la luminosidad de nuestro sacro astro, el cual hace siglos no puedo ver por esta existencia pecadora, pudiese haberte dado la fuerza necesaria para esperar por mi tan solo esas dos horas que nos separaron, si aquella espantosa enfermedad que te acongojaba, condenándote a ese indescriptible dolor te hubiese permitido esperar…
Se acercó a la ventana apoyando su delgada mano en el cristal para así poder ver el vaivén de los abetos que lentamente se agitaban por el céfiro. El repentino destello del rayo le permitió ver momentáneamente su reflejo, aquella imagen que tanto asco le producía desde hacía tanto. Sus ojos color carmesí centellaron y su pálida piel contrastó con su oscuro cabello que llegaba hasta sus hombros. Cerró sus ojos intentando eliminar la espantosa realidad.
—Oh que desdichada vida que no me dejó permanecer a tu lado, aun cuando entregue mi mortalidad, mi alma y mi derecho al paraíso para mantenerte a mi lado… Oh cuan egoísta puede ser el ser humano que a costa de la felicidad de sí mismo puede sacrificar la de las demás. Este es el castigo que mi egoísmo provocó, el castigo que merezco, este es el pecado que me condena.