Desde que aquel sonido ensordecedor llegó, todo entró en un profundo mar de desesperanza. Aquel inconfundible sonido de muerte lo invadió todo. Fuimos llevados en un conteiner de un viejo camión para escapar de ese eterno infierno. En ese espantoso lugar los llantos de impotencia y dolor no tardaron en escucharse, solo me ovillé esperando lo peor, que aquellos hombres armados nos encontrarán y acabarán con nuestras vidas.
Los segundos se convirtieron en minutos y los minutos en horas, todo era frío y oscuridad. Era aterrador, muy aterrador, pero el consuelo de todos aquellos que nos encontrábamos allí era el movimiento bajo nuestros pies que nos indicaba que nos alejábamos del lugar que algún día llamamos hogar.
Sentimos como se detuvo en un suave movimiento el camión, nos despertó, la puerta se abrió en un estridente ruido. Nos recibió una cálida brisa marina y el arrullador canto de las gaviotas, además de muchas personas con entusiasmo. Empezamos a salir con lentitud tratando de mover nuestras rígidas articulaciones doloridas, no todos se levantaron, vi sus rostros, estaban rígidos, lo supe de inmediato.
Mis ojos tardaron en acostumbrarse a la cegadora luz del amanecer, una cálida manta me recibió, mi consciencia parecía estar cubierta en niebla, apenas comprendía lo que ocurría a mi alrededor, mis sentidos estaban adormecidos.
Un delicado toque en los hombros me hizo salir de aquel estupor, me hablaron en un idioma el cual no comprendí, lo hice saber en mi propio idioma a quien me habló, parecía entenderme y me atendieron en lo que reconocí como una ambulancia mientras iban a buscar seguramente a un traductor, muchas veces había visto esos procedimientos en mi propio país antes que la guerra comenzara.
Llegaron a preguntarme mi nombre y edad, me dijeron que estaba a salvo, lejos de la guerra. No tarde en preguntar por mi familia que se suponía estaba a mi lado, pero seguramente dormían por hambre. Me llevaron a ver los cuerpos de aquellos que no sobrevivieron, vi a mi madre y hermana menor en aquellas camillas las cuales cubrieron apenas reconocí.
No fui capaz de llorar, enojarme o simplemente sentir algo más que no fuese vacío. Me llevaron a un orfanato para refugiados de guerra, allí comí por primera vez en lo que me parecieron semanas. Apenas estaba comprendiendo lo que ocurría cuando me llevaron con una familia desconocida, eran personas amables que entendían mi idioma, una pareja y dos hijos.
Días pasaron en los que me dejaron por mi cuenta, me llevaron a aquella hermosa playa que me recordaba tanto a mi hogar. Fue allí sobre la delicada arena cuando mi estupor se esfumó, empecé a llorar por mi familia, mi hogar, la perdida de todo lo que algún día amé.
La integración al nuevo lugar no parecía tan difícil ya que entendian mi situación y eran comprensivos. El amor que no recibí en mi propio país fue reemplazado por el amor de aquel maravilloso lugar al que poco a poco iba considerando un hogar.