PARA UN AMOR DESCONOCIDO.
Tanto es el tiempo que ha pasado Fernanda en el cementerio, y cuyo tiempo es lento al mirar esa lápida donde está escrito: “para un amor desconocido”. Aquel pensamiento que la hace divagar y perderse en el tiempo, queriendo buscar en ello algo propio. Las lágrimas rondan sus mejillas, mientras mueve su largo cabello negro y después, su vestido de mucho brillo. Entona el Djelem Djelem, haciendo la acústica con sus manos, entre el baile y su voz.
A lo lejos la acompaña Manolo, su amigo inseparable quien solo la puede mirar. Él sabe que su amor es tan profundo que sus palabras son pocas, pero salen del alma; enamorando a quien escucha. Al detenerse, ella arregla las flores que coloca, mirando un tanto al cielo que se tiñe de azul, entre los cantos de los pájaros y el sonido de los árboles. Al cerrar los ojos, llegan los recuerdos de aquellos días, como el sonido de los violines, el galope de los caballos en las caravanas y la risa tierna de los infantes. Ya no era joven y sabía que solo amaría una vez, pero eso sí, tenía la admiración de su pueblo.
Mientras sale al camino polvoriento para buscar algún recuerdo, este era como un puñal para una mujer enamorada; aquella pérdida que lloraba y lamentaba. El haber partido primero, le hacía a ella querer sujetar la muerte y nunca haber dejado que su gran amor se fuera. Su alrededor era un paisaje de esculturas como ángeles, vírgenes, cuadros, y unas cuantas fotos viejas de sus seres queridos, pero olvidados entre el silencio.
Le habla un poco a quien la acompaña, queriendo excusar la ausencia para después cantar nuevamente, moviendo sus caderas y zapateando un poco haciendo estremecer la tierra.
La tarde llega y nuevamente se dirige al lugar donde está su amado. Se limpia su rostro cansado, llevándose las manos a sus labios, donde los llena de besos que deposita suave mente en el lugar, como queriendo dormir a su lado.
Manolo la abrasa, mientras los ojos de Fernanda, negros como la noche, mira a su hijo, cuando aquel dice:
— Volveremos nuevamente cuando la fortuna lo permita y tengas fuerzas.
Es la ternura de su mirada que poco a poco se aleja, no siendo más la penumbra que siente en su ser, aferrándose a las promesas que se hicieron cuando se volvieran a encontrar.
Fernanda escucha una voz que le susurra como el viento, que la hace estremecer llenando su corazón de amor:
—Aquí te esperaré hasta el alba, mi linda gitana.
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