El señor Rufino era el anciano de gesto amable y bigotes blancos, vestido siempre de verde, que vivía en el piso de en frente. Decía papá que había trabajado toda la vida de sereno, pero nosotros no sabíamos qué era aquello.
– A lo mejor es el masculino de sirena – decía la cursi de mi hermana.
– Claro, y vivía aquí que no hay mar… – le respondía yo enfadado.
– Tal vez es que tocaba una sirena – seguía insistiendo con el tema mi hermanita.
No supimos el significado de sereno hasta que una tarde nos cruzamos con el señor Rufino en el portal. Estaba empezando a atardecer. Nosotros volvíamos del parque y él se marchaba a dar un paseo. Ahora que lo pienso, el señor Rufino siempre salía de noche.
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Esa vez, cuando nos lo encontramos, mi hermana, que es un poco bocazas y siempre está metiendo la pata, le miró con ojos extrañados y le preguntó:
– ¿Es verdad que usted de joven tenía una cola de sirena?
Y dale con las sirenas, a veces a mi hermana habría que taparle la boca con esparadrapo para que no diga tantas tonterías. Pero gracias a su ocurrencia, supimos lo que era un sereno. El señor Rufino nos lo explicó.
Los serenos eran señores que durante muchos años se dedicaban a caminar por las calles de noche encendiendo las farolas, vigilando el vecindario y cargando un montón de llaves que abrían todas las puertas. Pero con el tiempo, la función del sereno había dejado de ser importante. Así que el señor Rufino se había jubilado.
Desde aquel momento, mi hermana y yo admiramos más todavía al señor Rufino. ¡Un hombre que enciende las farolas, con lo altas que son! ¿No me digáis que no es cosa de magia? Además, el señor Rufino era tan misterioso, siempre recorriendo las calles por la noche, con su elegante corbata y su anticuado sombrero verde.
Hace poco dejamos de verle. Simplemente desapareció. ¿Qué le habría pasado al señor Rufino? Como siempre mi hermana, se lanzó a proponer ideas absurdas.
-No me creo eso que nos contó de los serenos. Seguro que le ha vuelto a salir una cola de sirena y ha tenido que volver al mar.
Y dale con las sirenas. ¡Qué pesada es mi hermana a veces!
Pero yo tengo mi propia teoría sobre el señor Rufino. Justo cuando desapareció, el mismísimo día, instalaron en la plaza unas farolas nuevas, preciosas. En el centro, justo en el centro, había una más grande y más elegante que el resto. Era blanca y verde, igual que el señor Rufino cuando salía a pasear cada noche.
Ya sé que pensaréis que es una locura. Pero estoy seguro de que el señor Rufino, el sereno, se ha convertido en esa nueva y elegante farola.