Es de todos conocido que hubo una vez, en un castillo en medio del bosque, un rey y una reina que tuvieron una pequeña niña. Tan contentos estaban, que organizaron una fiesta e invitaron a todas las hadas del reino.
Las hadas, como regalo, por su nacimiento, le concedieron a la pequeña sus mejores dones: la curiosidad, la inteligencia, la salud, la alegría y la belleza.
Pero el hada más malvada del reino, que no había sido invitada, se enteró de aquella gran fiesta, y muy enfadada apareció allí:
– No me habéis invitado, pero aun así yo también quiero hacerle un regalo.
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El maleficio del hada malvada
Como las intenciones no parecían malas, el rey la invitó a sentarse en la mesa. Sin embargo, el regalo del hada malvada no era ningún don, sino un maleficio:
– El mismo día en que cumplas dieciséis años te pincharás con una aguja y morirás – y la malvada hada desapareció.
El poder de aquella hada era más fuerte que el del resto, por eso, aunque lo intentaron por todos los medios, ninguna consiguió eliminar el maleficio. Tan solo pudieron cambiarlo:
– Cuando se pinche, no morirá, caerá en un profundo sueño del que solo podrá despertarle, cien años después un príncipe azul.
Pero el rey no estaba dispuesto a que eso ocurriera, así que destruyó todas las agujas del reino:
– Si no hay agujas, no podrá pincharse y si no se pincha nunca se cumplirá el maleficio.
La princesa se convierte en la bella durmiente
Bella durmiente cuento
Ilustración Raquel Blasquez de Cuento a la Vista
¡Ay, que poco conocía el rey la maldad de aquel hada! El día del cumpleaños número dieciséis de la princesa, el hada, disfrazada de anciana, se le apareció a la joven ¡con una aguja e hilo!
La princesa, que era curiosa e inquieta, al ver aquel objeto extraño, preguntó a la anciana por él:
– Si quieres puedes coger la aguja con tus propias manos y tratar de coser. Yo te enseñaré…
Pero, tal y como había anunciado años antes el hada malvada, la princesa se pinchó con la aguja y se quedó profundamente dormida. Y con ella todo el castillo cayó en un profundo sueño.
Y así pasaron años y años y años. ¡Hasta cien! En ese tiempo el mundo había cambiado mucho. Para empezar los reyes ya no hacían y deshacían a su antojo, aunque seguían existiendo.
Además, las hadas habían dejado de trabajar con varitas y pócimas y se habían licenciado en medicina y farmacia.
Las tecnologías habían convertido las agujas en algo casi, casi olvidado…¡todo el mundo cosía con máquinas ultramodernas! Y ya no había coches tirados por caballos, sino por un líquido viscoso al que todos llamaban “gasolina”.
En el cielo, además de pájaros, había aviones y helicópteros. Y los bosques, antes tan frondosos y tranquilos, eran ahora pequeños espacios verdes donde los excursionistas hacían barbacoas.
¿Llega el príncipe azul?
Por eso el verano en el que la princesa cumplía cien años de sueño, unos excursionistas que paseaban por el bosque de la princesa, provocaron, sin querer, un terrible fuego. El verano había sido tan seco, tan seco, tan seco, que bastó una pequeña chispa para que todos los árboles comenzaran a arder.
En seguida llegaron los bomberos, cargados de mangueras, tratando de poner fin a ese incendio terrible. Tuvieron suerte, la lluvia que no había llegado en meses, apareció y les ayudó a frenar el incendio.
Pero se habían quemado tantos árboles, que el castillo de la bella durmiente, escondido durante cien años por la maleza del bosque, fue visto por los bomberos:
– ¿Te has fijado en ese castillo? – preguntó una bombera de la cuadrilla.
– No lo había visto jamás – exclamó el bombero más joven.
– ¡Vamos!
Ambos caminaron hacia él y descubrieron con sorpresa que todo un reino dormía plácidamente, incluso fuera del castillo.
– ¡Qué cosa más extraña! – exclamó la chica – No están muertos, solo parecen dormidos. Pero yo diría que llevan años y años así, ¿Te has fijado en sus ropas?
Pero el chico, que era un enamorado del arte y de los edificios antiguos, solo tenía ojos para el castillo. ¡Era tan bonito!
– ¿Crees que podremos entrar?
– Si te hace tanta ilusión…¡entremos!
Los dos bomberos pasearon por el castillo y se maravillaron con el lujo que allí encontraron: muebles dorados, cortinas de terciopelo, lámparas de cristales, y al fondo, una cama preciosa donde estaba una jovencita bellísima.
– ¡Esta debe ser la princesa! – exclamó la chica.
– ¿Tú crees?
– Claro que sí. Seguro que tienes que besarla.
– ¿Besarla? ¿Yo? ¿Por qué?
La chica miró a su compañero con resignación, ¡es que nunca había leído un cuento infantil! A las princesas siempre había que besarlas…
– Pues bésala tú… – exclamó el chico, que no veía por qué tenía que besar a una desconocida.
– ¡Cómo voy a besarla yo! Si la princesa se despierta y ve que la estoy besando yo…¡lo mismo vuelve a dormirse otros cien años! Ella espera un príncipe azul…
– Pero yo no soy un príncipe y mucho menos azul. Los príncipes azules no existen.
La chica pensó que su compañero tenía razón. En todos sus años de vida, jamás había visto un príncipe azul. Había visto chicos altos, chicos bajos, chicos gordos, chicos flacos, chicos alegres, chicos tristes, chicos amables, chicos groseros, chicos listos, chicos atontados y chicos de lo más aburridos. Pero príncipes azules…¡ninguno!
Así que tendrían que pensar otra solución. Pero se iba haciendo de noche y no había manera de ponerse de acuerdo.
La bella durmiente a la espera
– Anda bésala y acabamos con esto.
– Que no la beso, y si luego ¿quiere casarse conmigo?
– Pues te casas con ella, para eso es una princesa.
– Pero es que yo no quiero casarme con una princesa.
– Bueno…bésala y salimos corriendo. La despiertas y nos vamos a toda velocidad, así no tienes que casarte con ella.
– Que no…
– Que sí…
No consiguieron ponerse de acuerdo así que nada hicieron. Se fueron por donde habían venido. La bella durmiente y toda la corte del reino siguieron durmiendo otros cien años.
Esperando …