‘El retrato oval’, un relato de Edgar Allan Poe para adolescentes y adultos
Mi criado me llevó hasta un castillo que se encontraba abandonado en esos momentos. Yo estaba malherido y no puse ninguna pega. Así que me instalé en una amplia habitación en una de las torres, alejada de las estancias principales del castillo.
Me sorprendió de veras la decoración tan magnífica de aquel castillo medieval, oscuro y recio, pero salpicado de infinidad de telares, objetos curiosos, alfombras antiguas y sobre todo, numerosos cuadros que adornaban las amplias paredes. Me llamó mucho la atención la cantidad de cuadros, paisajes y retratos que había en cada estancia. Hasta en los rincones más oscuros, podías encontrar un magnífico cuadro.
Con ayuda de mi criado, pude instalarme al fin en una gran cama con dosel de la habitación del torreón. Mandé que echara el cerrojo al portón de entrada y que apagara las luces de la sala principal. Consiguió un candelabro que pude colocar en la mesilla de noche. La estancia se cubrió de sombras y decidí leer un poco. Había encontrado un libro bajo la almohada. Curiosamente, era un recorrido por la historia de todos los cuadros que había en el castillo. Estaban numerados y ordenados según la estancia.
Eché un vistazo a la habitación donde estaba. Pude ver algunos cuadros con maravillosos paisajes. Mi criado dormía. Ya era medianoche, y el candelabro de pronto me estorbó, así que busqué otra posición para él. Y al moverlo, de pronto, las sombras cambiaron de lugar. De esta forma, al mirar a una de las esquinas de la pared, descubrí algo que me sobrecogió.
El descubrimiento del retrato oval
Tuve que cerrar los ojos. Volví a abrirlos. No podía ser… ¡Era tan real! El retrato de una mujer en un marco oval… esa mirada, esas mejillas sonrosadas. Juro que por un instante pensé que había una mujer mirándome desde la pared, una mujer real, de carne y hueso. Y solo al contemplar el marco oval, dorado y con decoraciones románticas, me di por satisfecho y me convencí de que se trataba de una pintura. Era un cuadro, pero… ¡parecía tan real!
Con cierta ansiedad, busqué en el libro la historia de aquel cuadro. Y ahí estaba, entre los retratos del dormitorio del torreón… la trágica historia de la joven enamorada del pintor.
Resulta que era una bella dama que se casó con el pintor que vivía en el castillo. Ella era una mujer alegre y llena de vida, que adoraba disfrutar de la Naturaleza y el tiempo libre. Pero su marido se pasaba las horas entre lienzos y pinceles y ella comenzó a odiar su profesión y con ella, el arte.
Sin embargo, le quería tanto, que el día que le pidió posar para él, no pudo negarse. Y día tras día subía a aquella habitación del torreón, en donde se sentaba frente a él con infinita paciencia. Y el pintor, poco a poco, comenzó a retratarla.
El retrato oval: el final de aquella historia
Pero ocurrió que su mujer comenzó a marchitarse, sin saber por qué. Y la que antaño presumía de tener tanta vitalidad, comenzó a apagarse y a sentirse más y más cansada. Cada día que subía al torreón, bajaba con menos fuerza. Y con menos vida.
Por su parte, su marido se había obsesionado tanto con aquel dibujo, que llegó el momento en el que dejó de mirarla, a pesar de tenerla delante. Una pincelada tras otra, iba dando color a su figura. Pero le quedaba lo más importante: los ojos y la boca. Fue en los últimos instantes, en los que el pintor, emborrachado como estaba por el placer que le provocaba la pintura, dedicó un último trazo al color de los labios y una última pincelada al brillo de los ojos. En ese momento, en el que terminó su obra de arte, gritó de emoción. Y en ese mismo instante, su mujer, también gritó, de terror.
Él al fin alzó los ojos y descubrió, presa de horror, que mientras sostenía en sus manos un lienzo con el reflejo de su mujer, lleno de vida, su esposa, por el contrario, yacía muerta en el suelo.