‘La lotería’, un relato con final inesperado
Amaneció un día caluroso en el pequeño pueblo. Era 27 de junio y los niños fueron los primeros en llegar a la plaza. Acababan de comenzar las vacaciones y tenían mucho tiempo para la diversión. Los más mayores comenzaron a reunir piedras pequeñas y lisas y a depositarlas en pequeños montones. Allí estaban Bobby, Harry Jones y Dickie Delacroix. Los más pequeños, llegaron de las manos de sus padres, quienes comenzaron a hablar del tiempo, de agricultura, y de impuestos. Después empezaron a contarse chistes, pero evitando soltar carcajadas demasiado estridentes.
Por último llegaron las mujeres, y tras contarse algún que otro chisme entre ellas, se dirigieron después hacia donde estaban sus maridos. Llamaron a sus hijos. Bobby intentó volver hacia donde estaba su montón de piedras, pero su padre gritó su nombre enfadado.
Entonces llegó el señor Summers, con su caja negra. Era el encargado de organizar todos los eventos, de hecho, siempre depositaba mucha energía en ellos: los bailes en la plaza, las actividades en el club juvenil… y por supuesto, la lotería. Su rostro era amigable: tenía unas facciones redondas y un espíritu que transmitía confianza. Se dedicaba al negocio del carbón. Nunca había tenido hijos, y su mujer era muy gruñona. Por eso los demás se compadecían de él y le tenían mucho cariño.
Junto a él venía el administrador de correos, el señor Graves, cargado con un taburete de tres patas. Lo colocó en el centro de la plaza y depositó sobre él la caja negra que traía el señor Summers.
El proceso que se seguía en día de la lotería
La caja negra que utilizaban para la lotería no era la original. Se perdieron todos los objetos que usaron en los comienzos, y crearon esta otra caja, que ya llevaba muchísimos años utilizándose y que todos se negaban en cambiarla, a pesar de estar ya muy vieja y hasta descolorida. Ya formaba parte de la tradición.
Las fichas de madera se habían sustituido por pequeños pedazos de papel. El señor Summers pidió ayuda y el señor Martin se presentó voluntario, junto a su hijo mayor. Entre ambos, sujetaron con fuerza la caja negra mientras el señor Summers removía a conciencia los papeles. La cosa no era tan sencilla, antes de todo esto, el señor Summers había elaborado las listas con todos los habitantes y había hecho un juramento de lealtad e imparcialidad frente al administrador de correos.
El señor Summers estaba terminando de remover las papeletas cuando apareció corriendo la señora Hutchinson.
– ¡Cielos!- dijo acalorada- ¡Me había olvidado por completo del día de hoy!
– No te preocupes, Tessie- respondió la señora Delacroix- Has llegado a tiempo.
El señor Summer dijo entonces:
– Bueno, pues parece que ya podemos empezar. Estamos todos, ¿no? ¿O falta alguien?
Entonces, todos comenzaron a mirar alrededor.
– ¡Falta Dunbar!- gritó uno de ellos.
– ¿Dunbar?- el señor Summers consultó la lista- ¡Ah, sí! ¡Clyde Dunbar! Tiene una pierna rota. ¿Quién sacará por él la papeleta?
– Yo, supongo- dijo su mujer.
– Muy bien, pues entonces sí estamos todos preparados- dijo entonces el señor Summers- Ya sabéis las normas. Iré llamando y al tomar la papeleta no podéis mirarla. Tenemos que esperar a que todos tengamos una papeleta.
El sorteo de la lotería
Y dicho esto, el señor Summers comenzó a llamar a todos los que tenía apuntados en la lista. Al llegar hasta donde estaba él, la tradición era saludarse entre ellos antes de agarrar un papel de la caja.
– Adams, Allen, Clarck…
– En otros pueblos están empezando a prohibir la lotería del verano– dijo uno de los presentes a otro.
– ¡Qué ignorantes!- contestó el otro- ¡Es una tradición! ¡No se puede prohibir!
Uno a uno, fueron acercándose hasta la caja negra y rebuscando nerviosos una papeleta al azar. Luego, regresaban a sus sitios. El último fue el señor Summers. Sostuvo en alto su papeleta y entonces dijo:
– Muy bien, amigos.
Esa era la señal. Todos abrieron apresurados sus papeletas. Las mujeres comenzaron a preguntar:
– ¿A quién le ha tocado? ¿Quién ha sido? ¿A los Dunbar? ¿A los Watson?
A los pocos segundos comenzó a escucharse:
– ¡Le ha tocado a Hutchinson!
Todos miraron al hombre. Bill Hutchinson permanecía sentado e impasible, con su papeleta en la mano.
– ¡No es justo!– dijo entonces su mujer, Tessie Hutchinson- ¡No le has dado tiempo a buscar su papeleta!
– ¡Calla, Tessie! Todos hemos tenido la misma oportunidad. Acepta la suerte- le dijo otra de las mujeres.
– Sí, vayamos aligerando el proceso- dijo el señor Summers- ¿Tienes alguna vivienda más en propiedad, Bill?- preguntó entonces el señor Summers.
– No.
– ¿Y tienes hijos?
– Tres: Bill, Nancy y el pequeño Dave. Y mi mujer Tessie vive con nosotros, claro.
El desenlace del extraño sorteo de lotería
El señor Summers depositó entonces en la caja negra cinco papeletas, con ayuda del señor Graves. El resto de papeletas, cayeron al suelo.
– ¡Os digo que no le dio tiempo a escoger la papeleta!- gritó de nuevo su mujer- ¡Deberíamos repetirlo!
El señor Summers parecía no escucharla.
– ¿Estás preparado, Bill?
– Sí- dijo él, lanzando una mirada a su mujer y a sus hijos.
El primero en sacar papeleta fue el pequeño Dave, al que tuvieron que ayudar. Después su hija Nancy, de doce años, y el mayor de los hijos, Bill.
Todos guardaron silencio. El pequeño alzó su papeleta en blanco y todos respiraron aliviados. También tenían papeleta en blanco los otros hijos, Nancy y Bill. Le tocaba a Tessie, pero no quiso abrirla, así que su marido enseñó su papeleta en blanco.
– ¡Es Tessie!- dijo el señor Summers.
Su marido le arrebató con furia el papel y enseñó el punto negro en medio de la hoja. El punto que había pintado el señor Summers la noche anterior.
– ¡No es justo!- volvió a decir la señora Hutchinson- ¡Os digo que no es justo!
Pero ya estaba hecho. Todos fueron a por sus piedras y Tessie quedó sola en medio de la plaza. Los niños fueron los primeros en empezar. La primera piedra le dio a Tessie en la sien. Entonces, el pueblo entero se lanzó sobre ella.