Érase una vez una hermosa doncella de largos cabellos dorados y hermosos ojos color de cielo. Sin duda, aquella doncella era la más hermosa de la comarca. Por ello el príncipe estaba muy enamorado y deseaba conocerla, pero no encontraba un momento para acercarse a ella. La doncella, por su parte, no sentía especial interés por el príncipe y tenía otros intereses, como las flores, las mariposas o jugar con sus amigas.
No obstante, cuando se anunció que se haría un gran baile al que asistirían todos los habitantes de la comarca, el príncipe pensó que era el momento indicado para acercarse a la doncella y decirle lo que sentía. La doncella también se puso muy feliz con la idea del baile, pues pensó que sería un momento muy divertido en el que podría bailar con sus amigas y pasar un buen rato.
Así, el día del baile llegó y todos los habitantes de la comarca asistieron. Había buena música, gracias a los mejores músicos de la corte; había buena comida, preparada por el gran cocinero real; y todos se estaban divirtiendo mucho. Pero cuando el príncipe decidió acercarse a la doncella, un rugido interrumpió la música: ¡un gran dragón había llegado para aterrorizar a todos!
Se trataba de un dragón bastante fiero, que no dudó en atrapar a la doncella llevándosela de allí.
—¡Rawr! —Rugía el dragón.
Pero la doncella, lejos de estar asustada, estaba feliz volando:
—¡Puedo volar como una mariposa!
Al ver que la doncella no estaba asustada, el dragón paró y la dejó en el suelo preguntándole:
—¿No estás asustada de mí?
—No, claro que no. ¡No sabes lo divertido que ha sido poder volar!
Tras aquellas palabras el dragón parecía contrariado:
—Pero se supone que debes estar asustada, yo te atrapé porque eso es lo que hacen muchos dragones, ser malos y asustar a las personas.
—Pues a mí no me asustas ni un poco.
Y esto hizo que el dragón se sintiera triste.
—Entonces es que hago muy mal mi trabajo.
—Bueno, depende, si tu trabajo es aterrorizar, entonces cierto… haces mal tu trabajo. Pero si tu trabajo fuera hacer que las personas se divirtieran dándoles largos paseos por el aire…sería otra historia. ¡Entonces serías muy bueno en lo tuyo!
Al escuchar las palabras de la doncella, el dragón reflexionó y tras hacerlo dijo:
—¿Crees que las demás personas se divertirían tanto como tú si lo hiciera?
—¡Por supuesto que sí!
Y con ese pensamiento el dragón y la doncella volvieron a la fiesta. Al llegar, los recibió un muy molesto príncipe:
—Yo no quiero ningún dragón en mi comarca. Has arruinado mi fiesta y solo espero que te vayas.
Entonces, cuando el dragón estaba a punto de marcharse, la doncella intervino:
—El dragón no es alguien malo. Simplemente pensaba que debía ser terrorífico, pero él y yo hemos descubierto que tiene otro gran talento.
—¿Qué gran talento puede tener un dragón? —Dijo el príncipe, más gruñón que nunca.
—El talento de hacer que los demás se diviertan, y os lo demostraré.
Así, el dragón dio paseos en el aire a todas las personas que había en la fiesta. Como era un dragón muy grande, muchas personas podían subirse a su espalda, y todos los que se subieron se fueron muy contentos de poder volar por el cielo. Por ello, tras la fiesta, todos estuvieron de acuerdo en que el dragón era muy agradable y amable. Todos menos el príncipe, que estaba molesto por no ser el centro de atención.
De este modo el príncipe prefirió irse de la fiesta, porque le molestaba que las cosas no hubieran salido como él las había planeado. El dragón, por el contrario, estaba muy contento, pues había aprendido que no era bueno asustando, pero sí haciendo felices a los demás. Y, desde luego, prefería mil veces hacer sonreír a las personas que hacer que se asustaran, una lección que no había aprendido todavía el príncipe.
Desde entonces, el dragón siempre visita a la doncella en aquella lejana comarca, llevándola de paseo por el cielo junto a sus amigas, y todos se divierten menos el príncipe gruñón, que al fin dejó de molestar a la doncella.