Había una vez un niño llamado Diego que vivía muy feliz, no muy lejos de aquí, con su mamá, su papá y su perro Quijote. A este niño le gustaba mucho ver caricaturas, jugar a la pelota y escuchar las historias fantásticas que contaba su abuelo.
Un fin de semana de hace no mucho tiempo, mamá anunció que irían de visita a la casa de campo donde vivía el abuelo Carlos, donde se quedarían algunos días. Diego era el que más se entusiasmaba de toda la familia, y en esta ocasión quería llevar sus nuevos juguetes para que su abuelo los viera.
—No puedes llevar tantas cosas, hijo —Explicó papá cuando descubrió los bolsos llenos de juguetes que Diego planeaba subir al coche.
—Quiero mostrarle todo esto al abuelo —Respondió el niño.
—Podemos mostrarle algunas fotos, por ejemplo, —dijo papá pensativo— además, tu abuelo seguro que quiere pasar tiempo contigo sin distraerse con tantos muñecos y juegos de consola.
Aquellas palabras convencieron a Diego, quien puso de inmediato las cosas innecesarias de nuevo en su habitación. Muy pronto subieron al coche y comenzaron a conducir hasta la casa del abuelo en el campo para estar con él a la hora de la cena.
—Hoy dormirás en una habitación tú solito —Dijo el abuelo a Diego cuando ya estaban allí poco antes de cenar— Mañana podremos salir temprano a dar un paseo. ¿Te apetece?
A Diego le hizo mucha ilusión la idea de pasear con su abuelo por el campo, así que se fue temprano a la cama dispuesto a dormir toda la noche de un tirón. Al poco rato de acostarse Diego escuchó como todos en la casa se iban a sus habitaciones para descansar también y, tras un largo rato, todo quedó en un silencio muy grande, lo que hizo que Diego prestase más atención a los sonidos pequeños. Y así hasta que fuera de la casa un búho ululó, asustando y haciendo que se acelerara el corazón del niño, que cerró fuertemente los ojos.
—Solo fue un búho —Dijo Diego en voz baja para tranquilizarse un poco a sí mismo.
Pero de pronto algo golpeó la ventana haciendo que el niño saltara en su cama asustado. El sonido se repitió un par de veces antes de detenerse, haciendo que Diego se preguntará de dónde provenía. Por si esto fuera poco, también sonó una rama rompiéndose, y luego ese mismo golpe en su ventana unas veces más antes de detenerse.
—¿Hay alguien ahí? —Preguntó Diego con la sabana cubriéndole hasta la nariz.
Pero nadie respondió.
Pasaron unos minutos en los que no se escuchó nada y pudo relajarse un poco, mientras se convencía de que no había sido nada más que su imaginación. Pero finalmente el sonido en la ventana se escuchó por tercera vez y con más fuerza, sacándole un gritito a pobre niño que estaba realmente asustado.
—Si es un señor malo llamaré a mis papás y al abuelo —susurró Diego bajándose un poco la sabana para mirar mejor— y, si es un fantasma, le pediré que me deje dormir tranquilo.
Llenándose de valor, Diego se levantó de la cama y caminó hasta la ventana justo antes de que sonaran de nuevo los golpes.
—¿Una rama? —Preguntó sorprendido el niño.
Frente a la ventana de su habitación había un árbol que extendía sus ramas en todas direcciones, y una de esas ramas era tan larga que al soplar el viento golpeaba la ventana.
—A veces las cosas que dan miedo están en nuestras cabezas —reflexionó Diego volviendo a la cama— por eso siempre hay que ser valientes aunque tengamos un poco de miedo, como siempre dice el abuelo.
Y finalmente el pequeño pudo dormir tranquilo el resto de la noche, cogiendo las energías necesarias para pasar el día en familia en casa del abuelo Carlos.