Esta historia comienza en una noche cualquiera, en la que Juana y Elena se encontraban en casa de la abuela. Aquel hogar era un sitio muy viejo en el que la abuela había vivido durante muchos años.
Al igual que la mayoría de lugares muy viejos, la casa de la abuela daba un poco de miedo. Elena incluso había escuchado a los mayores decir que en el ático había fantasmas y, con mucha curiosidad (pero sin muchos deseos de averiguarlo por sí misma), le dijo a su hermana Juana:
—¡Qué aburrida estoy! ¿Acaso no estás aburrida tú también, Juana?
Juana asintió, pues llevaba un buen rato recostada en la habitación, pensando en que no había mucho que hacer en casa de la abuela.
—Pues sé una cosa con la que podríamos divertirnos. Verás, hay algo que escuché decir a los mayores…
Al decir estas palabras Juana se levantó de donde estaba y se acercó para conversar mejor:
—¿Y qué escuchaste decir, Elena?
—Oh, no es nada…Seguro que en realidad no quieres saberlo.
—¡Claro que sí! ¡Cuéntame, cuéntame!
—Ya, pero es que no creo que seas lo suficientemente valiente como para contártelo. A fin de cuentas eres menor que yo…
—¡Claro que sí soy valiente, Elena! ¡Cuéntame, cuéntame!
—Bueno, pues como insistes tanto te contaré…Como la casa de la abuela es un lugar tan viejo, hay cosas extrañas en este lugar, cosas que no todo el mundo puede ver. ¡En el ático hay fantasmas! Y solo los más valientes pueden verlos.
Al decir esto Juana dejó de estar tan emocionada. Por supuesto que quería ser la más valiente del mundo, pero le daban miedo los fantasmas.
—Y como tú eres tan valiente —continuó Elena—, estoy segura de que podrías acercarte al ático sin sentir miedo.
Y Juana quería mucho a su hermana y le hacía caso en todo, pero aquí dudó y no sabía qué responder. Bueno, la verdad es que no quería subir al ático, pero tampoco quería que su hermana le dijera que era una cobarde, así que finalmente Juana dijo que lo haría y subió con mucho cuidado de que la abuela no se enterara.
Mientras Juana caminaba hasta el oscuro ático, acompañada de una lámpara, Elena se quedó en la sala riéndose de su travesura, cuando de pronto sintió que una mano le tocaba el hombro:
—No está bien asustar a los demás —dijo una voz que no conocía.
Al girarse bastante asustada, Elena no encontró nada tras ella. Así, y pensando que había sido un producto de su imaginación, siguió riéndose de la broma que le había gastado a su hermana pequeña. Pero entonces la mano volvió a tocar su hombro y volvió a escuchar la voz:
—No está bien que quieras asustar a tu hermana, porque quien podría terminar asustada puedes ser tú…Así que si no quieres ver a un fantasma, ve a acompañarla.
Al escuchar esto, Elena se asustó y subió inmediatamente al ático, donde Juana se encontraba iluminándolo todo con su linterna.
—La abuela tiene muchos muebles viejos guardados aquí, hermana. Pero no hay fantasmas.
—Ven, Juana, volvamos abajo. Seguro que era solo una broma de los mayores.
Y aunque Elena nunca supo si aquello que había escuchado había sido un fantasma de verdad o su imaginación, nunca más volvió a intentar que su hermana se asustara, pues aprendió que no está bien gastarle bromas pesadas a los demás. Aunque, eso sí, sin duda la casa de la abuela no resultaba al final ser un sitio tan aburrido, y las hermanas se sonrieron mientras se fueron a merendar.