Las hadas son criaturas muy pequeñas y hermosas, con alas transparentes muy parecidas a las libélulas. Por eso, cuando algunas personas están cerca de un río y miran a lo lejos a las libélulas volar alegremente de un lado a otro, nunca pueden estar realmente seguras de si se trata de un hada jugando o no. Y es que lo que hace más especial a un hada son precisamente sus hermosas alas, que les permiten volar alto para perseguir los rayos del sol, pudiendo confundirse fácilmente con otros seres. Pero no siempre…porque para que un hada pueda volar con sus alas debe crecer mucho y hacerse fuerte.
Esto es algo que sabía muy bien un hada llamada Deneb, porque cuando creció estaba completamente segura de que sus alas saldrían firmes para poder volar muy alto y sentir el viento rozar sus mejillas. Sin embargo, el tiempo pasaba y sus alas tardaban mucho en colocarse sobre su espalda, por lo que todas sus amigas volaban y jugaban por el cielo mientras ella tenía que permanecer sentada esperando con mucha tristeza.
Quizá no soy un hada –se dijo un día con tristeza, – y si no soy un hada no me puedo quedar más aquí.
Esa misma noche recogió sus trajes favoritos, los rosados y violetas, guardó el resto de sus cosas en una funda de almohada y comenzó su viaje lejos de la colonia de las hadas, llegando pronto a un prado muy hermoso donde pasó la noche. Al despertar, una oruga saludó a Deneb con mucha alegría:
¿Qué hace un hada tan lejos de su colonia? –Preguntó la oruga con curiosidad mientras se comía a grandes bocados una hoja verde y jugosa. No soy un hada, no tengo alas –Dijo ella tristemente. ¡Ni yo soy una mariposa, porque aún no tengo las mías! –Replicó la oruga riéndose alegremente– Todas mis amistades son ya mariposas coloridas, pero mi momento no ha llegado aún. ¿Y no te da miedo no poder convertirte en una mariposa? –Preguntó Deneb sorprendida. No, porque esas cosas llegan con el tiempo quieras o no –respondió la oruga dándole otro mordisco a la hoja, – solo hay que esperar con paciencia. A unos le llevan más tiempo que a otros, pero siempre llega. Entonces… ¿tú sí crees que soy un hada? –Dijo Deneb sintiéndose más esperanzada. ¡Pues claro! Y sospecho que tendrás unas alas muy bonitas –explicó la oruga. – Lo único que necesitas hacer es comer cosas sanas y dormir muchísimo, y luego un día despertarás con tus alas en la espalda. Gracias oruga, me has ayudado mucho –dijo Deneb abrazando a la oruga– volveré a mi colonia. ¡Cuando seas una hermosa mariposa ven a visitarme!
De inmediato Deneb volvió sobre sus pasos, regresando a la colonia donde vivían las hadas. Al llegar a casa comenzó a comer muchos vegetales y a dormir temprano en la noche, portándose bien para poder convertirse en un hada más rápidamente. Y así el tiempo fue pasando hasta que un día, casi sin sospecharlo, despertó con dos hermosas alas transparentes y brillantes, tan bonitas que Deneb sintió ganas de gritar y de correr para gritarlo por todas partes.
Y no hubo desde entonces un hada más feliz con sus alas que Deneb, por eso cuando vayas a un rio muy bonito y veas libélulas…, fíjate con mucha atención, porque quizá aún estés a tiempo de ver a un hada muy feliz estrenando sus nuevas alas.