Hace mucho tiempo, en el reino en el que las hadas eran amigas de los elfos y los trols, se paseaba una bruja disfrutaba sembrando el miedo en las calles. La mujer, que era una anciana encorvada y con una verruga muy fea en la nariz, a veces caminaba buscando alguna casa de hada que se hubiera dejado la puerta abierta en un descuido. Por eso el dejar la puerta abierta era algo que no solía ocurrir, pues todas cerraban con siete llaves sus casas antes de irse a dormir y otras simplemente para esconderse cuando escuchaban los pasos de la temible bruja.
Un día, cansadas de aquella terrible situación, las hadas hablaron con sus amigos los elfos y sus amigos los trols para ver si ellos podrían ayudar a vigilar las calles por la noche y poder descansar algo más tranquilas alguna vez. Estaba claro que necesitaban encontrar una forma con la que librarse de ella definitivamente, pero antes de lograrlo querían poder descansar alguna noche a pierna suelta, sin miedo a que la bruja entrara en sus casas. Todos acordaron, tras la reunión, que una buena forma de conseguirlo podía ser averiguar en qué zona del reino se escondía la bruja, y esperaron a que llegara la niche para poner en marcha el plan acordado.
Primero, como era de esperar, elfos y trols se hicieron los dormidos mientras la bruja volvía a pasar por las calles. Luego, cuando ya la bruja empezaba a retirarse, un grupo comandado por las hadas, los elfos y los trols más mayores y experimentados decidieron adentrarse en el bosque para seguirla, aunque no tardarían en arrepentirse.
Y es que el bosque parecía un lugar aterrador, y aquellos seres solo estaba acostumbrados a ver cosas bonitas. Las ramas de los árboles parecían garras, con el viento sacudiendo las copas de los árboles y haciendo ruidos que sonaban como lamentos… ¡todos tenían miedo, mucho miedo! Todos salvo uno de los elfos, que pronto intentó calmar al grupo para poder continuar con el plan y no perder el rastro de la bruja. Era difícil, sin embargo, no perderse, pues la oscuridad del bosque y la agilidad de la bruja no hacían posible que aquellos pequeñitos seres pudieran seguirle el paso.
Afortunadamente la bruja tuvo la gran ocurrencia de ponerse a elaborar un guiso maloliente, que permitió que nuestros amigos encontrasen de nuevo el rastro y pudiesen salir de la espesura del bosque y encontrar el refugio de la bruja. Siguieron, pues, el olor hasta dar con una pequeña casa tras la espesura del bosque, y desde lejos podía vislumbrarse una chimenea y a alguien de espaldas, que no era otra persona que la bruja, que removía con ánimo unas verduras podridas en su olla.
Todos deseaban en aquel instante lanzarse al cuello de la bruja e intentar apresarla, pero tras observar un rato, pudieron ver que la bruja era en realidad una anciana que parecía más una pobre desvalida que una bruja. Aquella señora parecía llorar y lamentarse mientras movía el caldo, que apenas se podía respirar, y las hadas y los elfos se conmovieron al verlo. Así que, ni cortos ni perezosos, decidieron cambiar el plan por otro nuevo, que consistía en acercarse y procurar hablar con la extraña anciana.
Así lo hicieron, pero la señora se mostró muy asustada al verlos y salió corriendo. Afortunadamente, como las hadas vuelan, y muy bien, pronto le dieron alcance tranquilizándola y prometiéndola que nunca la haría daño, ni a ella ni a nadie. La anciana les fue contando, ya en su casa, que vivía sola desde hacía mucho tiempo, que se había quedado sin familia y que ya ni siquiera podía ver bien, por lo que se veía obligada a recorrer el bosque torpemente y coger aquello que hubiera a su alcance para poder vivir. Las hadas, conmovidas por su historia, decidieron acogerla y cuidar de ella, y le dieron un nuevo hogar y una nueva familia, y los elfos arreglaron su casa y adecentaron el camino por si algún día quería volver.
Lo que comenzó siendo un mal entendido por parte de las criaturas más bellas y buenas del bosque, se terminó convirtiendo en una de las mejores experiencias que nunca jamás habían vivido. La anciana, por su parte, pudo regalarles cada día desde entonces una bonita historia de las muchísimas que se sabía. Y es que la edad está repleta de relatos de sabiduría…