En un bosque precioso situado cerca de las montañas del Norte, existía una familia de hadas que temía mucho a unos trols, y es que… ¿cómo es posible no temer a esas criaturas tan peligrosas y extrañas? Los trols eran seres muy pequeños y fuertes, con narices grandes, barbas blancas, cabellos verdes y piel morada. Acostumbraban a bañarse en el lodo y construían sus casas entre las raíces de los árboles. En cambio, las hadas eran seres muy pequeñitos que se bañaban con el rocío de la mañana y que disfrutaban acompañando a los niños para que nunca se perdieran, jugando con ellos de aquí para allá.
Todas las criaturas del bosque querían a las hadas, pero cuando ellas veían a los trols solo podían pensar en que podían suceder cosas terribles. Con el paso del tiempo se habían ido creando rumores muy crueles sobre aquellos seres, como que se reían de los niños, destruían las cosechas o atacaban a los animales, y tanto fue el miedo de las hadas al escuchar aquellas historias que cerraban siempre con mucho cuidado las puertas de sus casitas con viejos candados que eran más grandes que ellas. Por supuesto, tampoco dejaban que los niños jugasen una vez que el sol se ocultaba, y encendían cientos de antorchas convencidas de que los trols tendrían miedo a la luz.
Por su parte, los trols vivían siempre muy tristes, pues nada deseaban más que hacer y tener buenos amigos con los que compartir el tiempo, pero nadie en el bosque parecía interesado en ello. Cada vez que se acercaban a algún hada, éstas salían volando mientras gritaban: “¡ahí vienen los monstruos, ahí vienen los monstruos!”…y aquello les hacía mucho daño y les ponía tristísimos. “¿Qué monstruos?” Se preguntaban siempre los trols convencidos de que tenía que haber alguna explicación a aquellas burlas, pero siempre se quedaban sin respuesta, pues las hadas eran muy ágiles y salían siempre despavoridas al verles.
Una vez, en medio del invierno, hubo una tormenta de nieve que azotó a la familia de las hadas del Norte. Llovió y soplaron vientos muy fuertes durante diez días, y muchas hadas perdieron sus hogares. ¡Era todo tan terrible! No solo por perder sus casas, sino porque tampoco se podían guarecer del frío y de la lluvia y muchas se acatarraban y ya no podían volar. Muchos otros seres del bosque sufrieron también aquel clima tan duro, como los árboles, que se encontraban caídos por todas partes con sus ramitas partidas y cubiertas por la nieve y el hielo.
Una noche los trols se adentraron en el bosque, lo que aterrorizó a las hadas, que no solo iban a tener que lidiar con el mal tiempo sino también con aquellos aterradores seres. Pero las hadas se equivocaban, pues los trols no se habían adentrado en el bosque para hacerles daño… ¡todo lo contrario! Los trols solo buscaban ayudar a todos los habitantes del bosque aportando su gran fuerza.
Tras ver que los trols levantaban uno por uno los árboles y que recogían con mucho mimo sus ramitas, las hadas pudieron calmarse un poco acercándose a ellos para poder conversar. Las hadas permanecieron muy atentas a las explicaciones de los trols, que decían haber llegado al bosque para ofrecer su ayuda a todo el que la necesitara. Pero aquello, desde luego, resultaba muy extraño para las hadas, que tanto habían desconfiado de ellos.
Y cuando estaban a punto de pedirles amablemente que se fueran, un hada se salvó de ser aplastada por una rama gracias a uno de los trols. ¡Menuda suerte! Y todos entendieron en aquel momento que los rumores que tanto se habían extendido sobre los trols no eran ciertos, y por primera vez dejaron de lado sus prejuicios y decidieron recibir su ayuda. Y es que los trols sabían muchas cosas, como por ejemplo cuidar las raíces de los árboles fortaleciéndolas para evitar que se cayeran, o utilizar las ya caídas para construir casas nuevas y resistentes.
Tiempo después, y cuando el mal tiempo terminó, las hadas decidieron celebrar que habían salvado la vida con un gran banquete lleno de música, baile y de buena compañía. Todos los habitantes del bosque iban a estar presentes, incluidos los trols, que fueron invitados a la mesa y a la fiesta como los demás. La desgracia que había traído el mal tiempo hizo ver a las hadas que las apariencias engañan, y que a pesar de su aspecto los trols también eran seres amables y buenos.
Y aquella noche todos bailaron, comieron y disfrutaron de lo lindo, con el sol brillando en lo alto y muy contento, pues ya no tenía que observar desde arriba como en su bosque encantado favorito había alguien sin amigos.