Había una vez un hada llamada Alicia, de pequeñas alas de mariposa y varita mágica reluciente. Alicia vivía en el mundo de las hadas, donde habitan todos los seres mágicos que se esconden. Y probablemente te preguntarás, ¿de qué se esconden? Pues de quienes no creen en la magia. Así que, si crees en la magia, lo más probable es que algún día te encuentres con estos seres mágicos.
Pero no nos desviemos del relato. Alicia era un hada como cualquier otra, que tenía que aprender a hacer trucos de magia, que debía proteger a las criaturas del bosque y a los otros seres mágicos y que, en ocasiones, incluso debía usar su magia también para ayudar a los niños que así lo necesitaran. Pero Alicia tenía un problema: era un hada muy miedosa.
Es una cosa difícil ser un hada y tener miedo, porque los bosques son lugares oscuros que pueden llegar a ser aterradores. Y aunque no hay nada en el bosque que pueda hacerle daño a un hada, la pobre Alicia siempre tenía miedo de caminar sola por el bosque, así que no lo hacía a menos que estuviera en compañía de otras hadas. Y así, siempre que ayudaba a algún niño o niña, o a alguna criatura del bosque con sus poderes mágicos, la pobre Alicia iba a acompañada de sus amigas las hadas para así no tener miedo.
Pero hubo un día en que el hada Alicia tuvo que sacar a flote todo su valor. Aquella noche Alicia se encontraba regando las flores que tenía en su casa del bosque, que eran muy bonitas y tenían muy buen olor, cuando de pronto escuchó una explosión que provenía de la ciudad cercana a donde ella se encontraba. Y tras esto, todas las luces que se encontraban en la ciudad se apagaron.
¿Qué había sucedido? Te preguntarás. Pues había ocurrido un gran apagón que había dejado a prácticamente todas las personas de aquella ciudad sin energía eléctrica, envueltas en penumbra. Entonces Alicia, que le temía mucho a la oscuridad, pensó: “Pobres niños, seguramente tendrán mucho miedo porque es muy aterrador estar a oscuras… ¡Si al menos tuvieran unas luciérnagas para iluminarse!
Y en ese justo momento Alicia recordó que, a unos pocos metros de donde ella vivía, había un lugar poblado por muchas luciérnagas, así que tal vez ella misma podría reunir a algunas y llevárselas a algunos niños. Era una magnífica idea, pero había solo un problema: que tenía que introducirse en el bosque y que era de noche, y el bosque tan oscuro sin duda debía estar lleno de sonidos aterradores.
De esta forma Alicia trató de llamar a sus amigas hadas, pero ninguna respondía. Lo más probable era que estuvieran ayudando a los niños durante el apagón, dándoles un poco de su propia luz. ¡Pero como ella era tan miedosa!
De lo único que estaba segura el hada Alicia, era de que tenía que hacer algo. Sentía mucho miedo solo de pensar en ir hacia aquel lugar, pero pensaba en los niños de la ciudad, que estaban a oscuras y que seguro tendrían mucho más miedo que ella, por lo que no podía quedarse de brazos cruzados sin hacer nada. Iluminándose con la luz de su varita mágica, el hada avanzó con paso lento hacia el hogar de las luciérnagas. Durante el camino varias veces escuchó sonidos extraños, pero a darse la vuelta siempre era un búho o el sonido de las hojas sobre los árboles, por lo que se daba cuenta de que no había qué temer. De esta forma, con paso lento, aunque decidido, avanzó hacia donde se encontraban las luciérnagas.
Una vez en el lugar, Alicia pudo contemplar con entusiasmo cómo estaba todo de bien iluminado gracias a las luciérnagas, casi como si fuera de día. ¡Eran tan hermosos aquellos animalitos voladores! Y una vez fuera de su asombro Alicia movió en el aire su varita mágica, pidiéndole ayuda a las luciérnagas para iluminar los hogares de los niños de la ciudad, sobre todo a aquellos que estuvieran más asustados o que fueran tan miedosos como ella.
—¡Abracadabra, pata de cabra! ¡Que estas luciérnagas vayan a iluminar las casas de los niños de la ciudad! —Dijo con firmeza el hada.
Y las luciérnagas fueron reuniéndose para viajar a cada casa, iluminando poco a poco los hogares de toda la ciudad. Tanta fue la luz que llegó a aquel sitio que, desde la lejanía, ya no parecía que hubiera ningún apagón.
Nuestra querida hada Alicia había cumplido, y se sintió tan bien tras haber ayudado a aquella gente que se dijo a si misma que, sin importar si tenía miedo o no, se esforzaría por enfrentarlo como el resto de sus hermanas las hadas. Porque todos siempre podemos llegar a sentir miedo en alguna ocasión, pero si no dejamos que ese sentimiento nos paralice entonces podremos lograr cosas tan maravillosas como la de aquel día; cosas que incluso hagan felices a los demás.