Un día Samy se encontraba enferma. Le dolía mucho el estómago y no sabía qué hacer, así que se lo contó a su hermano Tomás y éste se puso muy triste. Primero, no podía ayudar a su hermana, y segundo, no quería verla pasarlo así de mal. Así que, tras mucho pensar, tuvo una increíble idea.
Hace mucho tiempo su abuela contó a Tomás como de pequeñita sufrió un día un dolor de cabeza muy feo, pero que gracias a un hada del bosque desapareció. Tomás aún parecía recordar el nombre del hada que le dijo aquel día la abuela: Camila del arroyo de cristal.
Al parecer se trataba de una criaturita pequeña, casi como una pelota de tenis, que brillaba tanto como una bombilla en la noche. Solía curar a los niños más necesitados, pero solamente si estos de verdad se lo merecían porque se habían portado muy bien. Así que, sin dudarlo, Tomas decidió ir a buscar al hada, ya que si alguien necesitaba y se merecía mejorar esa sin duda era su hermana. Entonces Tomás buscó una caja de zumos, un paquete de galletas, dos sándwiches y una linterna para ir al bosque, y allí estuvo explorando hasta dar al fin con el famoso arroyo de cristal, tras mucho esfuerzo. Su abuela le había dicho que el arroyo emitía un sonido melodioso, casi angelical, y que cuando lo comenzara a escuchar podría estar seguro de que iba en la dirección correcta.
Cuando Tomás comenzó su aventura, la mañana estaba bastante cálida y había muchos insectos que le picaban en las rodillas, pero aun así no se detuvo; se colocó una pomada para el picor y continuó con su viaje infatigable. Tomás tuvo que cruzar un río con agua helada y tuvo que pasar por arbustos con espinas hasta llegar a un claro, pero sin rastro todavía del arroyo. Por el caminó también se encontró un zorro que le dijo que debía ir siempre por la derecha, y una vaca que le dijo que estaba muuuuuuuy lejos del arroyo. Por su parte, los grillos le dijeron que trepara a los árboles para tener una mejor vista, como los pájaros, pero Tomás era todavía muy pequeño, por lo que tenía serias dificultades para poder trepar por los árboles.
Todo esto hizo que Tomás a aquella altura del viaje, se encontrara ya muy cansado y con mucho calor, pero no pensaba rendirse tan fácilmente. Entonces pidió ayuda a los búhos, a los gavilanes y a los patos de la zona, y todos decidieron hacer un grupo de búsqueda…así, hasta que uno de los escarabajos dijo que sabía dónde estaba el arroyo.
Tomás preguntó al escarabajo que dónde exactamente, y el escarabajo le dijo que solo tenía que cerrar los ojos e ir en línea recta. El pequeño Tomás no estaba muy seguro de que aquello fuese buena idea, ya que se podía tropezar con alguna roca y lastimarse gravemente, pero el escarabajo le dijo que confiara en él, así que lo hizo: cerró los ojos suavemente y se dirigió hacia el frente. Sorprendentemente, Tomás no chocó contra nada, como si fuese todo el rato por un camino completamente liso; y en esto, cuando agudizó bien los oídos, pudo escuchar al fin una especie de canto.
Al abrir los ojos Tomás vio como a una personita pequeña sobre una flor, cerca de un arroyo. Tomás se sorprendió tanto que apunto estuvo de llorar de la emoción, pero el hada le dijo que no llorara, pues su viaje ya había terminado.
Has sido un buen niño, Tomás, amas mucho a tu hermana y por eso voy a darte mi medicina especial.
¡Tomás lo había conseguido! Y agradeció mucho la ayuda a la gran Camila, el hada de la que tan bien hablaba su abuela. Tras esto el pequeño se marchó, y afortunadamente el viaje de vuelta fue todo coser y cantar.
Una vez en casa Tomás le dio la medicina mágica a su hermanita y esta mejoró al instante, por lo que pronto los hermanitos comenzaron a jugar en el bosque como solían hacer, seguros de que si algún día volvía a pasarles algo, podrían viajar de nuevo hasta el arroyo de cristal, en una nueva aventura que no iban a olvidar.