De día el mar lucía de un lindo color azul. Las personas se bañaban en sus orillas y tomaban el sol hasta tostarse como un pan de centeno. ¡Cómo disfrutaban! Pero no eran los únicos que disfrutaban, porque las mascotas también se lo pasaban en grande, y en ocasiones los perros se emocionaban tanto que terminaban completamente cubiertos de arena hasta parecer un misterioso monstruo del océano capaz de lamerte toda la cara.
En cambio, mar adentro, las cosas eran un poco distintas. Los peces hacían carreras acuáticas, las tortugas recorrían continentes enteros y las sirenas jugaban al escondite entre maravillosos corales. Sí, el escondite es uno de los juegos favoritos de las sirenas, pues son muy juguetonas y escurridizas, aunque a veces es muy fácil encontrarlas debido a que sus largos cabellos quedan flotando en el agua como algas marinas de mil colores.
En aquel profundo mar había una sirenita algo distinta a las demás. Ella siempre miraba a las personas de lejos y en ocasiones soñaba con acercarse a la orilla y jugar con otros niños, pero sin duda lo que más le llamaba la atención eran los perritos. Aquellos animales peludos le parecían entrañables, y aquella lengua fuera que siempre parecían tener les hacía verse muy felices y emocionados todo el tiempo.
Aquella pequeña sirena quería abrazar a alguno de esos perritos y jugar en la orilla con ellos una y mil veces, sin embargo, ella no tenía piernas para correr. Los perros vivían en la tierra y no en el mar, y no creía posible que con tanto pelo como tenían vieran por dónde tenían que nadar en su hábitat. Y así, con un suspiro, la sirenita siempre volvía a jugar con sus amigas sirenas para animarse un poco.
Un domingo de verano por la noche, sin embargo, pasó algo muy curioso. La sirenita, que se encontraba nadando por la orilla, se dio cuenta de que había un perrito solo jugando con las olas del mar que iban y venían en la orilla. Parecía que no tenía dueño y la sirena se acordó de cuando su mamá le contó que en ocasiones muchos de aquellos animalitos vivían solos. Recordar aquello mientras veía a aquel perrito solo la puso muy triste, pues eso significaría que nadie jugaría ni daría amor a aquellos seres peludos.
¿Cómo era posible que los perritos, que parecen los animales más cariñosos del mundo, sean abandonados? Entonces, casi sin pensarlo, la sirenita nadó hasta la orilla de la playa y se acercó con cuidado para no asustar al perrito.
¡Wooff! ¡Wooff! – Ladró el perro de pelaje negro y corto. Soy una sirenita, no tengas miedo, solo quiero jugar contigo. – Dijo la sirena con cariño.
El perrito la miró con curiosidad y poco a poco se acercó olisqueando. Primero le olfateó las manos, que se notaban saladas como el mar, y luego le olisqueó la cara. Terminó por lamerle las mejillas con cariño mientras la sirenita reía y reía sin parar de tantas cosquillas.
Luego, tras un rato de risas, la sirenita consiguió una rama y jugó con el perrito desde el agua hasta que se hizo muy tarde, prometiendo a su nuevo amigo que volvería la siguiente noche para jugar y para que no estuviera nunca más solito.
Y desde ese día, cada noche bajo la luz de la luna, los dos nuevos amigos jugaron sin parar y se hicieron compañía, uno desde la arena y la otra desde el mar.