Bajo el mar existe un reino singular, un reino inmenso donde todos viven en armonía. Y en medio de ese reino hubo una vez un gran castillo de arena en el que vivía una princesa llamada Julia, una sirena de cabellos dorados y gran sonrisa. A aquella princesa le gustaba mucho divertirse, pero lo que más le gustaba de todo era cabalgar sobre su caballito de mar llamado Estrellita.
Desde que se levantaba hasta que se acostaba, daba vueltas alrededor del castillo de arena montada en Estrellita, y cuando llegaba la noche, su padre Neptuno o su madre Lucía tenían que ir a buscarla para que se acordase de ir a cenar. La princesa Julia era muy feliz en su reino bajo el mar.
Un día sus padres recibieron una invitación de otro reino marino lejano, pero había un problema, y es que no tenían a quién dejar cuidando del reino. Por su parte Julia, que se daba cuenta de que sus padres tenían muchas ganas de visitar aquel reino, se ofreció para que ellos visitaran al rey y la reina de aquellas tierras lejanas mientras ella procuraba que nada malo le pasase al reino. “¿Que podría suceder?”, dijo Julia para sí.
Apenas sus padres se fueron, Julia continúo con su rutina de cabalgar sobre Estrellita durante todo el día hasta que al llegar la noche, uno de los vasallos, un gran atún, tuvo que ir a buscarla.
¡Princesa sirena, princesa sirena! ¡Hay un problema en el reino! – Dijo el atún. ¡Oh! ¿Pero qué sucede, honorable atún?- Preguntó la princesa. Un gran pulpo se ha asustado y su tinta ha manchado todas las casas del reino. Podríamos limpiarlo, pero el pulpo tiene tanto miedo que no deja de lanzar tinta hacia todos lados. – Comentó el atún preocupado. Pues vamos a ver qué sucede – Dijo la pequeña Julia.
Y tras aquella conversación partieron.
Una vez llegaron hacia donde estaba el pulpo, y a pesar de su gran tamaño, Julia pudo comprobar que se trataba de una cría de pulpo, que no paraba de llorar tinta del miedo que tenía. La sirena, que sintió mucha lástima por el pulpo, decidió acercarse a él y a pesar de saber que se pondría negra de tinta. En ausencia de sus padres era la responsable del reino, y no tenía pensado que nada malo sucediera en él.
¿Qué te sucede, pequeño pulpo? – Preguntó la princesa. Es que… Tengo mucho miedo de dormir solo. Me da miedo la oscuridad.
La princesa recordó que siendo ella más pequeña también tuvo miedo de la oscuridad, por lo que tuvo una muy buena idea: habló con uno de los ayudantes de sus padres, que era un pez de las profundidades del océano, y le pidió prestada la luz colgante de su cabeza. La princesa Julia colocó aquella luz en la habitación del pequeño pulpo para que ya no estuviera a oscuras, y el pulpo dejó de llorar.
Si le tienes miedo a la oscuridad esto te ayudará, -dijo la princesa- ya eres un pulpo grande y yo sé que eres muy valiente, así que no tengas miedo de dormir solo.
El pulpo, agradecido, la abrazó con sus ocho tentáculos.
Muchas gracias, princesa sirena, muchas gracias. ¡Qué buena eres!
Tras esto, el pequeño pulpo dejó de expulsar tinta y el reino pudo ser limpiado al fin. Los vasallos agradecieron a la princesa el ser tan comprensiva y el cuidar tan bien del reino en ausencia de sus padres.
La princesa Julia volvió a su castillo de arena, donde durmió tranquilamente como todas las noches sabiendo que sus padres estarían orgullosos de ella, y a la mañana siguiente se despertó con un beso de sus padres en la frente.
Ya nos contaron lo que hiciste, hijita. – Dijo la reina muy orgullosa. Sí, qué valiente eres. Serás una gran reina de los mares. Gracias mamá y papá, pero ser reina cansa mucho. Yo prefiero cabalgar sobre Estrellita todo el día y nadar y cantar.
Y los tres rieron felices y contentos por estar todos juntos otra vez y por la vuelta a la normalidad.
Desde entonces Julia la sirena ayudó más a sus padres en las labores del reino del mar, a pesar de seguir disfrutando junto a Estrellita, como una buena princesa del mar.