En un reino muy lejano, sumergido debajo del agua, vivía una sirena llamada Agatha, de pelo castaño y ojos oscuros.
Agatha era una sirena muy especial, pues tenía un pequeño defecto en su aleta que le hacía verse distinta al resto de las sirenas. Las aletas, tanto para los peces como para las sirenas, son muy importantes, ya que con ellas nadan a través de los mares y, sin ellas, no pueden moverse correctamente.
La pequeña Agatha se sentía muy mal porque su aleta era distinta a la de los demás, y por ello la ocultaba usando un vestido que ella misma había hecho con algas.
No está mal ser diferente, hija —le decía siempre su papá—, todos somos diferentes y eso hace mejor el mundo.
Pero la pequeña sirena no dejaba de sentirse apenada por tener una cola diferente al resto y siempre llevaba puesto su vestido de algas, para que nadie se diera cuenta de cómo era su aleta de verdad.
En la escuela de sirenas nadie sabía que la aleta de Agatha era diferente. Era común en las sirenas usar vestidos hechos de algas, así que nadie sospechaba de esta particularidad de la pequeña Agatha…, hasta que un día algo maravilloso sucedió.
Es importante para las sirenas, más que para cualquier otro ser del mar, ser muy veloces. Por eso anualmente se hacía una competencia en la que todas las sirenas y todos los tritones de cierta edad participaban para averiguar quién era el más veloz de todos. En años anteriores Agatha no había participado porque no tenía edad suficiente, pero aquel año, en contra de su voluntad, iba a tener que hacerlo.
Pero, ¿por qué no quería hacerlo? Pues pensaba que, gracias a la forma tan particular de su aleta, lo más probable es que no pudiera nadar muy rápido, quedando la última de la competición y siendo el hazmerreír del resto de las sirenas. Sin embargo, lamentablemente, a la pequeña Agatha no le quedaba otra opción que participar.
El día de la gran carrera Agatha se puso un vestido nuevo de algas especial que ella misma se había hecho, mucho más resistente que cualquier otro, con el fin de que no se cayera o se rompiera al nadar. Entonces, como el resto de sirenas y tritones, Agatha se colocó en la línea de salida esperando la señal para comenzar a nadar:
En sus marcas, listos… ¡Fuera! —Gritó el profesor de natación.
Todas las sirenas y los tritones comenzaron a nadar a toda velocidad y, grande fue la sorpresa de todos cuando se dieron cuenta de que había una sirena que se movía con mucha más velocidad que el resto. Esa sirena era Agatha, que nadaba tan rápido que parecía un rayo. La forma tan particular de su aleta le permitía nadar mucho más rápido que al resto, así que no se le hizo difícil llegar la primera a línea de meta, venciendo así al resto de sirenas y tritones. Pero Agatha al llegar se dio cuenta de que su vestido de algas se había roto, con lo que todos podrían ver que ella tenía una aleta diferente al resto.
Y por un momento la pequeña sirena se sintió triste y avergonzada, hasta que al darse cuenta de que nadie se había percatado de su aleta, al fin pudo alegrarse de sus resultados y de su esfuerzo. Agatha había sido la más rápida de la competición, y no a pesar de su diferencia física, sino gracias a ella.
Y es que, tal y como su papá decía, todos somos diferentes y eso nos hace mejores y hace mejor al mundo.