En el mundo de las sirenas aprender a cantar es algo muy importante. Es por eso que, desde que nacen, todas comienzan a estudiar canto: en vez de ir a una escuela, como cualquier niño o niña normal, ellas van a la escuela de canto, donde aprenden a utilizar su voz como el mejor de los instrumentos, cantando canciones tan hermosas que miles de marineros de todo el mundo viajan únicamente para escucharlas. Pero hubo un día en que nació una sirena que no tenía la voz tan bonita como el resto. Se llamaba Nereida y su voz, en vez de ser dulce y melodiosa, era gruesa y rasposa.
—No te preocupes, hija mía —decía la mamá de Nereida—, cuando entres en la escuela de canto, seguramente tu voz comenzará a cambiar.
Pero la voz de Nereida nunca cambió. De hecho, con el tiempo su voz se hizo más rasposa, grave y antimelodiosa. Sus padres y las demás sirenas pensaban que Nereida debía estar enferma, porque era imposible que una sirena no consiguiera cantar, siendo algo innato en ellas.
Lo que nadie sospechaba es que Nereida tenía un don, aunque (y a diferencia del resto) ese don no estaba relacionado con su voz, pero sí con la música. La pequeña Nereida se abía encontrado una vez con un marinero que tocaba un raro instrumento que era de madera y tenía cuerdas. El marinero no decía ni una sola palabra, pero su instrumento hacía sonidos lo suficientemente bonitos como para eclipsar durante horas, y por eso desde entonces Nereida nunca dejó de buscarle. Pero un día, mientras Nereida observaba a este marinero tocar y tocar, el hombre resbaló y el instrumento, sin él quererlo, cayó al agua.
El marinero ya no volvió a surcar aquellas aguas, pero tiempo después Nereida se encontró con el instrumento, que era una guitarra, y al tenerla entre sus manos la pequeña sirena consiguió sostenerla y tocarla. Había visto tantas veces hacerlo al marinero que no dudó en intentarlo, y pudo darse cuenta enseguida de que tenía mucha facilidad para hacer hermosas melodías… ¡Era fantástico! Y fue de esa forma accidental como Nereida se dio cuenta de que nunca podría cantar hermosas canciones, pero sí tocarlas. Aunque durante mucho tiempo lo haría en secreto por vergüenza. La pequeña sirena pensaba que si los demás se enteraban, seguramente se molestarían y se avergonzaran de ella. Y así, cuando todos se encontraban lejos, Nereida acudía a buscar su guitarra para deslizar las cuerdas y hacerla sonar.
Con el tiempo, sin embargo, los padres de Nereida y el resto de las sirenas comenzaron a pensar que algo debía traerse entre manos, siempre buscando ratos para estar sin compañía y nadar en soledad. Además, Nereida había dejado de prestarle atención a las clases de canto, y aquello no parecía preocuparle lo más mínimo. Así, un día la madre de Nereida decidió seguirla para ver qué hacía en su tiempo libre, y grande fue su sorpresa cuando se encontró con que su hija cogía un raro instrumento de madera y salía a la superficie a tocar las extrañas cuerdas que tenía. Y, aunque al principio la mamá de Nereida se enfadó muchísimo, cambió de opinión cuando la escuchó a escondidas tocar.
Las manos de Nereida hacían brotar de aquel instrumento las canciones más bonitas que había oído en el mundo…tan bonitas, que eran mejores que cualquier voz de sirena que hubiera habido nunca. A lo lejos, la mamá de Nereida pudo ver también cómo acudían cientos de marineros y paraban sus barcos para ver a su hija tocar, aplaudiendo fuertemente cuando terminaba, y aquello le hizo emocionarse y sentirse muy orgullosa. Entonces, justo en aquel instante, la pequeña sirena se dio cuenta de que su mamá la estaba observando y se asustó mucho, pues pensó que recibiría una buena regañina. En lugar de eso, su madre la dio un fuerte abrazo y la enhorabuena.
—Todo este tiempo quise que cantaras, cuando tú puedes hacer las más hermosas melodías sin necesidad siquiera de usar tu voz. —Dijo su madre, sintiéndose muy orgullosa de su Nereida.
Desde entonces, Nereida ya no tiene que asistir a clases de canto, aunque todas las sirenas que acuden hacen fila después para que ponga música a sus canciones. Además, Nereida ahora enseña a tocar a otras sirenas (incluso a los tritones y a los pulpitos también), especialmente a las pequeñitas que nacían y, como ella, tampoco sabían cantar. Todo los habitantes marinos comprendieron que no todos somos iguales, y que el talento de cada persona es único, precioso, y digno de admirar.