Iker solía ir a la playa con sus padres todos los fines de semana. A los padres del pequeño les encantaba acostarse en la arena a tomar sol. Iker, por su parte, prefería darse un refrescante chapuzón en el agua salada.
Un sábado por la mañana, el papá de Iker le infló un flotador al pequeño para que se bañara tranquilo en la orilla. Era un bonito flotador amarillo con la cara de un patito, en el que Iker se divertía mucho y se sentía seguro, disfrutando durante largos ratos. Luego su papá le dijo al pequeño que ya era hora de irse, sin embargo él siguió en el agua. Entonces, cuando su padre se acercó a buscarlo, una marea repentina se llevó al pequeño a un lugar muy alejado de la orilla.
Los padres llamaban a Iker e intentaban alcanzarle, pero para entonces ya estaba en un lugar muy alejado de la orilla. ¡Pero tranquilos! Porque gracias al flotador de patito no se hundiría, pero aun así Iker se encontraba solo y perdido en aquella inmensidad azul que era el mar. Sabía que no podía salirse del flotador, pero eso no evitaba su tristeza y pensó si llegaría a ser rescatado en algún momento por alguien.
— ¡Bucanero a la vista! —Dijo una voz tras las espaldas de Iker.
Al escuchar aquella extraña frase Iker se rodeó con el flotador como pudo, y cuando por fin lo consiguió se topó con una gran barco que tenía una bandera pirata. Entonces, en medio de su asombro que no le permitía ni siquiera pensar, una red levantó al pequeño del agua para colocarlo sobre la proa del barco.
Al fin Iker se pudo quitar el flotador del patito y, aunque sintió miedo en un principio, rápidamente se dio cuenta de que aquellos piratas no se veían muy rudos, sino más bien personas amables y educadas. Eso sí, no les faltaba un detalle: algunos tenían parches en los ojos, otros tenían patas de palo… y siempre estaban diciendo ¡arrgg!, como si algo les doliera.
— ¡Hola, bucanero! ¿Qué haces por estas aguas tan profundas y en semejante embarcación? —Dijo un pirata con un gran sombrero y un loro al hombro.
— ¡Nave! ¡Nave! —Repitió el loro, que tenía muchos colores.
—Es que me he perdido… —Dijo Iker un poco apenado— Me estaba bañando en la orilla y el mar me ha traído hasta aquí…
— ¡Hasta aquí, hasta aquí! —Repitió de nuevo el loro.
El pirata de gran sombrero y una barba tan larga que le llegaba a los pies, se detuvo a pensar un momento y luego preguntó:
— ¿Cómo te llamas, bucanero?
—Me llamo Iker, ¿y usted? —El niño se sentía curioso por saber cómo se llamaba el pirata y qué hacían allí.
— ¿Yo? ¡Mi nombre es Diógenes y tengo algo importante que decirte, pequeño Iker! —Dijo el pirata— Debes tener más cuidado cuando estés en el mar. Esta vez tuviste suerte porque tenías una nave con cabeza de patito que ha cuidado muy bien de ti, pero podrías haber pasado un mal rato. El mar es un lugar hermoso pero siempre es mejor bañarse con mamá y papá, y nunca solo.
Iker se sintió un poco apenado recordando que no había hecho caso a papá cuando dijo que era hora de volver a casa…
— Está bien, señor pirata, prometo que tendré más cuidado la próxima vez.
— ¡Hurra! Bueno, bucaneros —dijo Diógenes el pirata dirigiéndose a la tripulación— llevemos ahora al pequeño Iker a tierra firme…seguro que le estarán esperando.
Y en menos de lo que puedes decir la palabra “pirata”, Iker se encontraba de nuevo en la playa, donde sus padres agradecieron mucho a los bucaneros toda su ayuda. Iker, muy contento, prometió a aquellos simpáticos piratas que siempre tendría cuidado ya en la playa, y es que, una promesa es una promesa…